Sigo con mucho interés el juicio por el ruido en La Madrila (Cáceres) y me espanta sólo de pensar en el infierno que vivieron esos vecinos.

Yo me tuve que cambiar de piso porque una frutería se instaló debajo de mi casa y sus persianas metálicas no me dejaban dormir (trabajaba de noche y cuando había conciliado el sueño, el dueño levantaba el cierre con tal ímpetu que sentía como si me golpearan la cabeza). Luché denodadamente: diálogo con el propietario, denuncias, apelaciones al Defensor del Pueblo... y no conseguí nada. Al final, opté por marcharme en cuanto tuve la mínima oportunidad.

Sé que mi historia es una nimiedad comparada con lo padecido por estos vecinos, pero relato mi experiencia sólo como ejemplo de las penurias que se padecen cuando alguien, con intención o sin ella, convierte tu existencia en un tortura de 24 horas 365 días al año.

Vecinos de La Madrila, mi solidaridad no sirve para nada, pero la tenéis.

Por cierto, años después, la frutería cerró y, ahora, el local está vacío. ¿Será justicia divina?