Esta navidad he conseguido quince amigos, pero invisibles. Si. Uno en el trabajo, otro en la pandilla, un tercero entre mis primos, otro el gimnasio, en la escuela de idiomas... y el número quince en la peña de la quiniela, que decidimos alimentar el espíritu navideño y hacer la dinámica de los amigos invisibles, eso sí, sin que el presente con el que nos obsequiábamos, superase los tres euros. La verdad es que esta práctica, tan extendida estos días de fiestas, tiene entre sus condiciones la economía del regalo. Así, en las quince veces que me acerqué a los "todo al euro ", intercambié experiencias con otros tantos y tantas que buscaban detalles para sus amigos invisibles. Tales descubrimientos me desvelaban, a medida que avanzaban las fiestas navideñas, que el espíritu de estos días, había difundido esta actividad, y "toda la peña tenía no uno, ni dos... sino hasta tres amigos invisibles". Realmente el "espíritu navideño " había llegado a todos los rincones de la vida diaria. Desde el trabajo al ocio, y desde la familia a los conocidos. Mientras, los tenderos, se frotaban las manos, y los responsables de las Oficinas de atención al Consumidor, advertían de los excesivos gastos de estos días y de la fiebre consumista que todos padecemos y nos lleva a "comprar cada año más y mejor". Mis quince amigos invisibles me ofrecieron catorce regalos "tangibles ", cuya economía se correspondió a la utilidad que me proporcionarán estos presentes. Y es que, la presión de comprar merma, casi siempre, la necesidad de los obsequios, y la mayoría pasa a mejor vida en el fondo de una de las muchas cajas que llenan el desván de mi casa. Y es que estos días son días de regalar, no importa qué, pero hay que comprar, en nombre de Papá Noel (adoptado por los españoles) o de Santa Claus (en proceso de adopción) y, por supuesto, de los Reyes Magos, que a pesar de venir de tan lejos, siempre traen las alforjas bien llenas. En medio de esta fiebre que nos sube sin remedio, cada año solemos recordar otros valores que identifican estas fiestas. Precisamente, uno de mis quince amigos invisibles, me sorprendió al ofrecerme un presente sin papel, ni lazos, ni tarjetas, que me descuadró en la entrega y hasta me causó cierta desolación, al pensar, que yo que me había quebrado tanto la cabeza, y empleado tanto tiempo en decidir, ahora me encontraba sin un detalle. Cuando alguien empezó a recitar un poema para mí, me olvidé del regalo. ¿O lo descubrí?