Es una droga dura, dura. Es un narcótico que te envuelve, que te mece, que te domina. Y lo bueno es que no hay cura pa los que estamos enganchaos sin remedio a tan fuerte emoción.A uno la vida no le dio la oportunidad de estudiar a fondo el bello arte de la música, pero sí que me dio un par de oídos por los que entra el alma de las notas y los cantos con los que mis sentidos se ven colmados. Unos dicen que no pueden vivir sin una buena tunda de su deporte favorito, sin una jornada de tiritos a animales en movimiento, sin una buena película de fin de semana, sin un viajecito en coche deportivo, sin una caminata por la montaña en buena compañía, sin la lectura tranquila del último libro adquirido, sin degustar esos platos nuevos que cada pueblo de nuestra piel de toro esconde. Otros muchos, añadido a todo lo anterior, dicen que la vida no sería igual sin una buena balada mientras hacen el amor, sin un chute de rock duro mientras preparan la parrillada, sin un ramillete de temas estrella al tiempo que viajan hacia la playa de turno, sin un buen sólo del Señor Knopfler, sin un agudísimo del Gran Pavarotti, sin unas letras del filósofo Auserón a ritmo de reggae; qué suerte poder llorar escuchando las lágrimas en el cielo del inimitable Clapton, de vibrar con el piano melancólico de Elton, de estremecernos con la voz de Luz, de levitar con los interminables punteos de los Floyd, de pegar botes con el gurú Miguel Ríos, de amar el castellano escuchando al catedrático Sabina, de volar sin alas degustando una banda sonora del griego de oro Vangelis... qué suerte estar con los cinco sentidos enganchao a la música que en ese momento el cuerpo te pide. Muchos no podríamos vivir sin ella, muchos otros viven por y para ella.Acariciar un piano, amar a una guitarra.¡Qué envidia!