Silencio y lluvia, mucha lluvia. Miles de personas calladas, como sin voz, como sin alma. La lluvia era la sintonía de fondo. Todos en una misma dirección con la mirada perdida y el corazón a media asta. Todos en silencio. Los helicópteros vigilaban, pero su ruido era neutralizado por el silencio. Un silencio que escondía rabia, tristeza, solidaridad, dolor. El silencio buscaba la paz rota la mañana anterior. El ruido de las bombas produjo silencio.La gente salió a la calle. La gente se unió para pedir paz. La gente era toda una. Más de dos millones de personas (ni siquiera es necesario una cifra oficial) fluyeron a pesar de la lluvia por las "calles de Madrid ", parafraseando a Quique González. Un adolescente explicaba su postura: "No tenemos nada que decir, sólo estar ". Y estaban. La manifestación tenía previsto comenzar a las siete de la tarde, pero desde las cinco la capital estaba inundada. Una marea humana colapsó pronto Colón. Era imposible llegar hasta allí, había que buscar otras alternativas, había que llegar a Atocha. Los paraguas marcaban el camino. Todos andaban en distintas direcciones pero con un destino común: pedir el fin del terrorismo.Niños, abuelos, padres, madres, jóvenes, amigos, trabajadores, estudiantes, jubilados, soñadores, incrédulos, cansados, mojados (la mayoría), parejas, artistas, ciudadanos, todos estaban allí, buscando un hueco para pedir la paz con absoluta tranquilidad y determinación. Nadie empujaba. Algunos hablaban mientras llegaban las siete, pero el silencio impedía que sus palabras llegaran más allá de los labios. No importa, los sentimientos no necesitan palabras.Mientras, seguía lloviendo. Llegaron las autoridades y el inicio oficial de la manifestación que había comenzado dos horas antes. Ahora las voces se intentaban abrir camino en el silencio. Pocos vieron a los políticos, pero todos exigían respuestas. "¿Quién ha sido? " fue el grito que contagió a la mayoría. Las voces de protesta, de rabia y de lamento resonaban. El diluvio no consiguió amortiguarlas. Otros muchos, ajenos a las reivindicaciones, seguían intentando llegar a una manifestación que no tenía ni principio ni fin. PROTAGONISTAS Las autoridades se fueron, ellos no eran los protagonistas, pero el mar de gente permaneció. Algunos con velas, otros con pancartas, muchos con crespones. El resto alzaba la voz (tenían que abrirse un hueco en el silencio) para decir: "¡no estamos todos, faltan 200!". Pasaban los minutos y seguía lloviendo. Pero no sólo la lluvia era la causante de los rostros mojados, también había lágrimas. Y silencio. ¿Había terminado la manifestación? La concentración no. Muchos aún intentaban llegar. Madrid era una alfombra multicolor formada por paraguas de todas las nacionalidades. El silencio resurgió de nuevo con fuerza. Un silencio construido a base de pena. En ocasiones, un aplauso atronador y que ponía los pelos de punta tomaba el protagonismo para izarse, al igual que las pancartas, por encima de la quietud de todos los congregados (sólo faltaban 200). Eran las diez, seguía lloviendo y muchos aún intentaban llegar. El silencio era su guía. Se dirigían allí. Hacia el silencio. Hacia Atocha, donde muchas voces se silenciaron. Y llovía.