Fue la cuna de personajes como La familia Ulises, Altamiro de la Cueva y Eustaquio Morcillón y Babali gracias a legendarios autores como Opisso, Benejam, Urda, Muntañola, Blanco, Donaz, Raf, Tha o Coll. Este mes de marzo la revista que dio nombre a los tebeos (1917-1998) sería centenaria; un siglo después todavía continúa viva en el imaginario popular. «Además de patrimonio cultural e hito sociológico que retrata lo que ha sido España en el siglo XX, el TBO es cultura popular y memoria sentimental de las diversas generaciones que lo han leído», resume el periodista, divulgador y ensayista de cómic Antoni Guiral.

Con la colaboración del irredento coleccionista y «grafópata» Lluís Giralt, que pasó por la redacción de la publicación entre 1979 y 1983, Guiral ha orquestado el estudio definitivo sobre la misma: 100 años de TBO (Ediciones B), un macrovolumen que conmemora la efeméride. De sus páginas emergen historias como las que se explican a continuación:

¿QUIÉN DIJO HUMOR

BLANCO?

Una señora le dice a un niño en el cine ante una imagen de rascacielos: «Mira Pepín, una calle de Nueva York, donde están las casas más altas del mundo». Y él le responde: «No señora; las casas más altas están aquí. Papá dice que le han subido el entresuelo tres veces… ¡Calcule usted dónde estarán ya los quintos pisos!». ¿Es este, el chiste que ilustró la primera portada de la revista TBO, en marzo de 1917, bajo el bajo el epígrafe de Semanario festivo infantil, un gag para niños? Tampoco lo sería una historieta de Benejam de 1951 sobre una familia famélica en plena posguerra. El TBO casi siempre ha llevado la etiqueta de cultivar un humor blanco e inocente, algo que sí es del todo cierto a partir de los años 60, por la presión de la censura franquista, cuando es considerado como una lectura para jóvenes. En realidad, comenta Guiral, «había historietas de aventuras con bastante violencia y era una lectura para niños y jóvenes pero también para adultos» y, como apunta Giralt, «lo leía todo el mundo y, en las familias ricas, hasta las criadas».

EL PRIMER EDITORIAL

El primer número estaba impreso en tinta azul, tenía un formato de 17x24 cm., ocho páginas y costaba cinco céntimos. Ya en el editorial advertía: «TBO no se propone cansar las jóvenes imaginaciones con arduos problemas ni serias doctrinas que, a veces, por una retorcida interpretación, llevan a la juventud por senderos perjudiciales… Un algo superficial, fácil, alegre y chistoso, sin traspasar los justos límites ni llegar a lo chabacano. En una palabra, el chico necesita un juguete literario. TBO es el juguete que hemos confeccionado».

¿QUÉ SIGNIFICA ‘TBO’?

Aunque sobre el origen del nombre de la cabecera existían un par de versiones poco claras, no fue hasta el 2012 cuando Rosa Segura (Barcelona, 1925), antigua secretaria del TBO, reveló en sus memorias la hipótesis más veraz. Viendo en 1917 el éxito de la revista infantil En Patufet, Joaquín Arques, administrador y guionista del impresor Arturo Suárez, le sugirió a este lanzar ellos una publicación para jóvenes que además les serviría para amortizar la maquinaria. Arques era también libretista y autor de zarzuelas y más que probablemente fue él quien propuso el nombre inspirándose en el de una revista lírica estrenada en 1909 llamada T.B.O., que trataba sobre la redacción de un nuevo diario imaginario con ese mismo nombre. Joaquim Buigas (1886-1963), alma mater del TBO hasta su muerte, compró por 3.000 pesetas la cabecera a Suárez, su futuro yerno. Buigas, según Guiral, «lo hacía y decidía todo, maquetas, filosofía, apariencia, contenido y casi todos los guiones eran suyos, aunque no firmó ninguno. Sin él el TBO no habría existido».

«YO QUIERO UN TBO»

Tan popular fue el TBO que la Real Academia Española incluyó en 1968 la palabra tebeo como genérico de publicación infantil y de historietas y la expresión «estar más visto que el tebeo». Pero no es la única prueba de lo famosa que era la revista. ¿Recuerdan la canción de «Yo quiero un TBO / Yo quiero un TBO / si no me lo compras lloro y pataleo / Yo quiero un TBO / Yo quiero un TBO / y me estaré muy quieta mientras yo lo leo»? Fue en los años 30 cuando el matrimonio Codoñer -el músico Francisco, alias Maestro Lito, y la letrista Mercedes Belenguer- compusieron esta canción tras ver y oír a los niños, ante el quiosco de la calle donde vivían, pedir continuamente a sus padres «¡Yo quiero un TBO!».

600.000 LECTORES

El TBO empezó con tiradas de 9.000 ejemplares en 1917 y fue creciendo progresivamente hasta los 350.000 de los años 50. Buigas hasta ofreció un banquete a los redactores e impresores para celebrar que en 1931, con el número 757, habían superado los 100.000 ejemplares. Eran otros tiempos. También para la difusión. En 1972 presumían en anuncios en sus páginas de que tenían 600.000 lectores. «Aquel año tiraban 150.000 ejemplares y según las leyes de la difusión podían atribuir cuatro lectores a cada uno», aclara Guiral.

MUJERES

Solo seis autoras publicaron en el TBO. La primera, Rosa Segura, secretaria de redacción entre 1956 y 1959, que volvió a la revista en 1975 para llevar la sección Correo del lector y ayudar en la oficina, pero también colaboró en la sección De todo un poco y escribió algunos de los guiones de La familia Ulises en 1978 y 1979, dibujados por Blanco. Teresa María Pons, también secretaria, escribió en la sección Visiones de Hollywood firmando como Liza, igual que hizo María Urda, hija del dibujante Manuel Urda, con el seudónimo de Mary. Mª Ángeles Sabatés, hija del autor Ramón Sabatés, colaboró en Maribel es así; e Isabel Bas, la única con una larga experiencia en la profesión, en Toray y Bruguera, llegó al TBO en 1967, siendo la autora de la serie Ana-Emilia y su familia.

EL NIÑO DE LOS INVENTOS

El profesor Franz de Copenhague no fue el primer artífice de los inventos que acabaron llevando su nombre y que se ha dicho que se inspiraron en la serie del estadounidense Rube Goldgerg Los inventos del profesor Lucifer G. Butts (1914-1964). Según Giralt, ya en 1920 aparecía el niño TBO, la mascota de la cabecera de la revista, vestido de marinerito, dibujado por Urda, con un artefacto estrafalario y bajo el epígrafe Los inventos de TBO. Hubo varios ingenios más del chaval, de la mano de otros dibujantes como Tínez, Bejenam y Sabatés, y, en 1925, ilustrada por Nit, la sección se llamó Los grandes inventos de TBO. Fue una de las más seguidas, hasta el punto de que la expresión «es como un invento del TBO» se coló en el lenguaje de la calle. El profesor danés nació como personaje con sus ideas en 1935, aunque iba en una sección aparte que acompañaba a la de los inventos. Su rostro no apareció junto a estos hasta 1980.

‘MINISTRO DE LAS CHULETAS’

Como todas las publicaciones «no afectas al régimen», durante el franquismo TBO debía presentar una maqueta previa en la Dirección General de Prensa donde el rotulador rojo de los censores era el rey. La revista de Buigas solo tuvo un encontronazo grave con la censura por una viñeta de 1951 del dibujante Manuel Díaz en la sección El ojo electrónico, de bromas y curiosidades, donde decía: «Blas Pérez ha descubierto un poderoso reconstituyente a base de chuletas, longaniza, jamón, pollo asado y langosta. ¡Qué eminencias tenemos!». El problema era que el ministro de Gobernación también se llamaba Blas Pérez... Aquello acabó con una multa de 12.000 pesetas, pero cuando llegaron a la redacción «dos inspectores de policía con sombrero, gabardina con cinturón, bigotito y fumando Chester (de contrabando)», con una orden de secuestro del número, el entonces director, Albert Viña, estaba temblando porque temía que le cerraran la revista, recuerda Giralt que le contó este.

LAS OTRAS CENSURAS

El grafópata también evoca que las «señoras orondas, redonditas y de culos gordos que dibujaba Urda» no agradaban a los censores, a los que tampoco se les pasó una historieta de Josep Maria Blanco, de 1970, que formará parte de la exposición dedicada al dibujante, que completará la de los 100 años del TBO en el próximo Salón del Cómic de Barcelona (del 30 de marzo al 2 de abril), comisariada por Antoni Guiral. «Un señor intenta matricular a su hijo en la escuela, presentarse a unas oposiciones pero no lo consigue porque no tiene ninguna recomendación del régimen», cuenta este.

SORPRESAS

Investigando y buceando en los cientos de ejemplares y material que atesora en su colección, Giralt descubrió que un dibujante que en los años 50 firmaba como Sacha era en realidad Juan Blancafort; que un tal Carles, que desapareció en los años 30, fue el cartelista Carles Fontseré, y que la primera historieta dibujada, que no publicada, de La familia Ulises, no fue La posada de los asnos veloces sino El gran petardo terremoto, ambientada en la verbena de San Juan.