La historia de Rachel, una joven abotargada por el alcohol, con una cara que en las páginas del libro imaginamos más castigada que la de Emily Blunt en la pantalla, que viaja cada día en cercanías para ocultar que ha perdido el trabajo y que mientras espía, envidiosa, a las parejas que parecen no haber destruido sus vidas como ha hecho ella, deduce la ejecución de un asesinato desde la ventana de su vagón, llegó a las librerías españolas en junio del 2015. Y ese tiempo lleva, 16 meses, sin apearse La chica del tren de la lista de los libros más vendidos, con más de 300.000 ejemplares en toda España.

Todo empezó como una propuesta de lectura veraniega, un thriller absorbente con sorprendentes giros finales que consiguió seguir vivo en el mercado en la siguiente Navidad y que cuando empezaba a dar síntomas de debilidad volvió a ganar posiciones hasta convertirse en el libro más vendido del Sant Jordi del 2016 y, de nuevo, en una lectura de verano. El pasado mes de abril, Elena Ramírez, editora de la traducción en Planeta, vinculó directamente aquel repunte de atención sobre el libro con el lanzamiento en las redes del tráiler de la adaptación cinematográfica que ahora llega a las pantallas. Queda ahora la duda de si el lanzamiento de la película, con una recepción inicial más bien tibia, sigue impulsando las ventas del libro o si, al contrario, pondrá data de caducidad al fenómeno, en una campaña navideña en la que topará con competidores como Ildefonso Falcones, J. K. Rowling, Carlos Ruiz Zafón y Arturo Pérez Reverte.

Con todo, la editora Isabel Martí, opinaba entonces que había sido más efectivo el boca a boca, en una conjunción de recomendaciones de libreros, informaciones de los medios y un intenso plan de márketing. De hecho, el de La chica del tren ha sido uno de los casos utilizados como ejemplo por parte de los desarrolladores de Tekstum, un sistema de análisis de la acogida de los libros en los comentarios de las redes sociales. Su patrón, con una atención sostenida tras el boom inicial y un número significativo de comentarios negativos, un 20%, es el propio de un libro que consigue estar en boca de todos. Lograr llegar a lectores que no son su público natural y acaban encontrándolo decepcionante solo está al alcance de los títulos que alcanzan la tan manoseada categoría de fenómeno editorial.

Tras otro título que siguió el mismo itinerario de las librerías a las pantallas, Perdida, La chica del tren confirmó la rentabilidad de una fórmula de thriller psicológico, protagonizado por mujeres, en entornos familiares y con una muy modesta presencia de lo policial que con la etiqueta de domestic noir ha tomado el relevo de la novela negra a la escandinava y ha generado infinidad de clones que aspiran a repetir el campanazo.

Sin embargo, no todo es mercado en un fenómeno. Y no está mal echar una mirada a lo que nos explicaba en aquel verano del 2015 la autora del libro en el que está basada la película. Paula Hawkins, una periodista económica nacida en Harare (la capital de Zimbabue), tras publicar varias novelas románticas bajo seudónimo logró hacer empatizar a los lectores con su protagonista.

Una mujer que al principio lo tiene todo para generar, a lo sumo, pena, si no desagrado, hasta que el lector descubre que es víctima de una relación de dependencia que la autora define como «abuso emocional». Una lectura de denuncia de género («a las mujeres se las educa para que se consideren vulnerables», lamentaba Hawkins) que quizá esté también entre las múltiples razones para el éxito de La chica del tren. H