«El mundo es un absurdo y lo que yo hago es informar al planeta». Así resume su trabajo Glen Baxter (Leeds, 1944) después de enlazar una anécdota tras otra, con el mismo elegante humor británico que destilan sus estampas gráficas, pobladas de vaqueros, exploradores y otros héroes de la cultura popular. Ahí va una: «Ser inglés es una enfermedad. John Cleese me contó una historia sobre la agonía de serlo: un inglés llega a un hotel de Europa y al cabo de 10 minutos de subir a la habitación baja al conserje y le pide un vaso de agua. Vuelve a bajar unos minutos después y pide otro. A la tercera, el conserje le dice que se lleve la botella entera y él le responde que lo que le pasa es que su habitación se está incendiando».

Hace las delicias de los presentes, como Mariscal, sentado entre la prensa, sus editores Jorge Herralde y Sílvia Sesé, o el humorista Joaquín Reyes y el crítico Jordi Costa, prologuistas de la obra, durante la presentación en Barcelona de Casi todo Baxter, que inaugura la nueva colección de Anagrama centrada en el humor gráfico. La editorial recupera para ello Contraseñas ilustradas, sello bajo el que Herralde ya lanzó 13 títulos en los 80, entre ellos, El rayo inminente, de Baxter. La nueva colección, «de espíritu libre e irreverente», señala Sesé, tendrá entre seis y ocho títulos al año. Dos libros más ya en librerías: Cosas que te pasan si estás vivo, del argentino Liniers, y El problema de las mujeres, de Jacky Fleming. Y para el 2018 ya trabaja Mariscal en su visión de la historia del Universo.

Alias Coronel Baxter, aunque recuerda que en sus trabajos no hay temas políticos, no se reprime a la hora de hablar del brexit. «Es tristemente curioso. Se han perdido 40 años de identidad cultural compartida con Europa, de donde nos llegó el surrealismo y el dadaísmo, desarrollado en una época en la que Donald Trump aún no se había inventado. Todo se reduce al dinero. Es una marcha atrás para nuestra sociedad e irá a peor. Ahora estamos más lejos de Europa y más cerca de Trump. Eso es una pesadilla, no es divertido».

Pero pronto desengrasa con más anécdotas sobre cómo él mismo fue «víctima del baxterismo» cuando estaba en un polvoriento desierto de Arizona. «Parecía una película de Sergio Leone. Apareció un indio, con pluma, y me dije: ‘¡Caramba! ¡Estoy cara a cara con uno de mis personajes!’ E interactué con él. ‘Jau. Soy Glen’. ‘Y yo soy Clarence’. Y pensé: ‘¡Estoy en un dibujo de Baxter!’»

Porque entre los personajes de sus surrealistas chistes gráficos abundan vaqueros, exploradores, soldados, algún vikingo (también individuos de a pie)… todos con la estética de aquellos cómics y novelas de aventuras que leía de joven «en la biblioteca, porque en casa no había libros». «Bueno, había uno, pero era pequeñito porque era de cocina inglesa...», dice malicioso. Admite su «obsesión por los cowboys», nacida del cine en blanco y negro que veía en maratonianas sesiones. «Quería ser uno de ellos, pero en una ciudad inglesa era difícil porque no había caballos a mano, así que opté por dibujarlos».

TARTAMUDEO / Y lo hizo usando ese absurdo que le caracteriza, unido a algo que ya le define y le ha convertido en un maestro del llamado humor de ideas: «Decir las palabras correctas pero en un contexto erróneo». Y rebusca otra anécdota, en su infancia, como metáfora. «Tenía un punto de tartamudez y mi madre me mandó a la mercería a comprar un botón para una camisa de mi padre. Fui ensayando la frase para no tartamudear y cuando llegué se la dije al dependiente sin tartamudar. Él me miró raro y me dijo que quizá lo hallaría en la tienda de al lado...». Entró en una de muebles...

Pero en el cine que devoraba de joven no todo era far west. «Un día vi una escena en Nueva York donde un tipo de cara desencajada e impermeable se apoyaba en un edificio. Un policía le decía: ‘¿Estás aguantando el edificio?’ ‘Sí’. El policía le detuvo, dejó de aguantarlo, y el edificio se cayó’. Era Una noche en Casablanca, de los Hermanos Marx. «Ver que había adultos con aquella capacidad para el absurdo me dio mi primera esperanza».