La lluvia, las explosiones, los edificios cayendo... eso es relativamente fácil, aunque sean cosas de una toma nada más. Lo complicado es hacer que se caiga un bolso, asomen tres papeles y uno salga volando. O que se rompa un tacón. Lo decía Reyes Abades en todas las entrevistas: que los espectadores nos fijábamos más en las imágenes espectáculo que en lo chiquitito. Ocurre también en las noticias: la televisión muestra alunizajes en Las Vegas por la única razón de que hay imágenes impactantes del coche que se empotra contra una joyería a miles de kilómetros de distancia.

Contaron con él Álex de la Iglesia, Pedro Almodóvar, Agustín Díaz Yanes, Guillermo del Toro, Carlos Saura, Alejandro Amenábar, Pilar Miró, Imanol Uribe, pero también Paul Verhoeven, Ridley Scott o Milos Forman, que también se nos ha muerto esta semana. Ha participado hasta en ‘El Hombre que mató a Don Quijote’, de Terry Gilliam, ese proyecto que ha durado la vida misma. Vio una película cuando era pequeño y pensó: «Yo quiero trabajar ahí». Y terminó siendo uno de los más serios referentes de los efectos especiales del país. Ganó casi una decena de Goya: en la gala en la que podría haber ganado el décimo, a título póstumo, su recuerdo puso a toda la gente del cine en pie.

La Filmoteca de Extremadura le rinde homenaje hoy. Será a partir de las siete de la tarde, en su sede de Cáceres. Se proyectarán ‘El día de la Bestia’ y el documental ‘Herederos de la Bestia’. Estarán su viuda, María Ruano, y Óscar, uno de sus hijos.

«A los mayores, y a las actrices, nos tratan mal. Existe un desprecio profundo a la experiencia». Lo decía esta misma semana doña Concha Velasco. Pepe Mediavilla lo sabía bien. Murió ayer, con 77 años. Era actor de doblaje: la voz en España de Gandalf y de Morgan Freeman. No llegaba a fin de mes. Creó un canal de Youtube donde recitaba poemas de Lorca o de Miguel Hernández, pero no tenía suficientes suscriptores. Es el destino de muchos de los actores en nuestro país... y también en otros: en Buenos Aires está la Casa del Actor. En España se creó una fundación en 1996 (atención a la fecha) cuya página web sigue diciendo: «será un hogar». Nunca se ha construido.

Recuerdo a una de nuestras mayores actrices, Alicia Hermida, diciéndole a Daniel Esparza, en una entrevista hace una década, que, si pretendía ser actor (él tenía 17 años, ella 75), tenía que leer mucho. El 23 de abril se celebra el Día del Libro. El acto institucional de la Junta de Extremadura contempla siempre que el Elogio de la Lectura lo lea un escritor: este año es Javier Pérez Walias. Nunca he sabido cómo hacer que alguien lea, salvo por imitación. Eso sí: he conocido, también, a algún gran poeta que ha crecido en una casa sin libros. Sospecho que son los menos.

El lenguaje es violencia, decía Toni Morrison, pero también cura. No es cierto que ahorre dinero en terapias, o no del todo, pero las terapias se hacen hablando también, o aprendiendo a hablar, aprendiendo a tener relación con el pedir, el negar, el asentir y el propio vocabulario: un mínimo acervo de palabras que te ayuden a definir qué ocurre a tu alrededor y dentro: cuáles son tus sentimientos, tus reacciones y tu posición en el mundo y con respecto a qué estableces esa posición. La relación con el cuerpo también: resulta de mucha ayuda decirle a un médico si sientes un dolor sordo o agudo.

Depende de dónde vivas, o de qué estés viviendo, un libro te puede sacar del horror cuando eres pequeño, o redimirte de algún modo si has cumplido los cuarenta. O te desclasa, porque el criterio económico no es el único que define las clases sociales, al menos ahora. No sabemos qué pasará en el futuro, con los modos de leer fragmentarios: no soy pesimista, de todos modos: leer, leemos pocos, en general. Leer bien, aun menos: es decir, obras con un mínimo de calidad, que no es lo mismo César Brandon -«Esta carta debía haberla escrito hace dos años, / así que por esta vez permitidme hablar en primera persona y os prometo que ya acabo»- que César Vallejo -que murió hace 80 años, pero poco importa: «Buenas noches aquellas, / que hoy la dan por reír / de mi extraño morir, / de mi modo de andar meditabundo». Se van a seguir editando libros igual y saldrán nuevos escritores (échenles un ojo a poetas de menos de 25 años en Perú: qué está pasando en Perú).

De todos modos, al final uno lee porque tiene otros modos de divertirse. No lee para ser más culto, ni para adquirir sabiduría, ni para comprender el mundo o para que nada humano le resulte, al final, ajeno, ni para desclasarse, ni para adquirir mejor gusto. Lee porque se lo pasa bien: es un modo particular de pasarlo bien, sí, pero implica gozo, en definitiva. Como cuando vas a una obra de teatro de Juan Mayorga (en Mérida, en la Sala Trajano, el sábado, 21, a las nueve de la noche, Blanca Portillo y José Luis García Pérez representan ‘El cartógrafo’, escrita y dirigida por él) y luego cenas y la comentas con los amigos. Porque lo bueno de leer, también, es cuando se comparte. Aunque solo digas: «Te he traído este libro».