La periodista y escritora vallisoletana Mónica González Álvarez indaga en su último libro, Amor y horror nazi, en las excepcionales historias de amor nacidas en medio del terror de los campos de concentración del nazismo, un amor, dice, que se convirtió en su «motor de supervivencia».

González Álvarez (1979) recoge en Amor y horror nazi (Luciérnaga) el ejemplo de siete historias de amor protagonizadas por hombres y mujeres que «sobrevivieron a la enfermedad, las vejaciones y al hambre gracias a su valentía, pero también, gracias al motor que en aquel momento movía su corazón, el amor», explica a Efe en una entrevista la autora.

Mónica González Álvarez ha vuelto al período de la contienda mundial después de publicar en 2012 Guardianas nazis. El lado femenino del mal (2012), un libro del que salió «devastada» y, cuando sus amigos y la familia le pidieron un libro más agradable, buscó historias más positivas que tuvieran como marco los mismos campos de exterminio nazis, y fue así como surgió «la idea de ofrecer la otra cara de los campos de concentración».

Según explica la autora, en el período de investigación que casi duró dos años, pudo constatar que «el amor existía en los campos y, aunque los nazis les despojaron de todo, de ropa, de cabello, de enseres, de familia, no consiguieron quitarles los sentimientos, la dignidad, el coraje».

Durante dos años, la escritora navegó por la red en busca de información, visitó multitud de bibliotecas de Estados Unidos, Alemania y Polonia, habló con decenas de expertos de todo el mundo y visitó museos sobre el Holocausto y archivos judíos, hasta que se topó con las siete seleccionadas.

A través de las redes sociales pudo encontrar a los descendientes de algunos de ellos, como a Alicia, hija de Jerzy Bielecki, que tuvo un romance con Cyla Cybulska; y por los archivos judíos pudo contactar con el hijo de Paula Stern, que vivía en Seattle (EE.UU.), la primera superviviente con la que habló.

catorce testimonios / Los catorce testimonios seleccionados, finalmente, son los que pudo «contrastar» y de los que tenía más información, pero hay muchos más, algunos de ellos mencionados en el epílogo.

Una de las historias más curiosas es la protagonizada por uno de los guardias de Auschwitz, el cabo austríaco Franz Wunsch, y la presa eslovaca Helena Citrónová, de la que se quedó prendado cuando fue elegida para cantarle el Cumpleaños feliz. Esa circunstancia la salvó de la muerte, pues Wunsch intercedió para que Citrónová fuera destinada al denominado Canadá, el barracón de donde se clasificaban las pertenencias de los prisioneros.

«Esta historia prohibida, que nunca pasó de ser un romance platónico, no prosperó», señala la autora, «primero, porque vulneraba la Ley nazi de Protección de la Salud Hereditaria del Pueblo Alemán, que, además de revocar la ciudadanía del Reich a los judíos, les negaba la posibilidad de casarse o tener relaciones íntimas, y luego porque, tras la liberación, ella se dio cuenta de que no podía olvidar quién era».

También destaca la relación lésbica que mantuvieron la periodista judía Felice Schragenheim y la nazi Elisabeth Wust, casada con un oficial nazi y con cuatro hijos, que se enamoró de la primera y «luchó por estar con ella» haciendo frente a una «sociedad machista». Cuando Felice le confesó que era judía, tras un momento de contrariedad, Elisabeth renegó de sus ideas nazis para continuar su historia de amor.

El 26 de junio de 1943, las dos mujeres decidieron casarse, no en una boda al uso, sino mediante la redacción de un contrato de matrimonio, pero su historia de amor se truncó el 21 de agosto de 1944, cuando tras pasar un bonito día de verano en el río Havel se encontraron con la Gestapo en el salón de la casa.