Jaime Chávarri adapta en El año del diluvio la novela de Eduardo Mendoza centrada en la relación entre una monja y un terrateniente. A su favor, la calidad del texto y la presencia de una actriz como Fanny Ardant, fundamental hace años en la obra de Truffaut y Resnais. En su contra, una cierta contención dramática, esa frialdad que caracteriza buena parte de los filmes del Chávarri.

La acción acontece en un pueblo catalán en 1953. Ardant encarna a la superiora de una orden religiosa que quiere convertir un ruinoso hospital en asilo. Darío Grandinetti es el mujeriego terrateniente del lugar. Entre ambos surge la chispa a partir del momento en que la monja recurre al hacendado para que le preste dinero para empezar las reformas.

Estamos, a primera vista, ante una historia de amor interclasista en la que se desafían todas las normas. Pero el contexto acaba taponando la arteria de la historia. Catorce años después de concluida la guerra, la zona en la que sucede la acción sigue siendo reducto de maquis en refriega permanente con la Guardia Civil. Este hecho, que al principio es una nota a pie de página de la historia de la monja, cobra poco a poco mayor fuerza hasta erigirse en el centro indiscutible del drama.

Pese a la frialdad comentada, Chávarri resuelve bien las secuencias de aproximación y consumación amorosa, además de mostrarse muy seguro de sí mismo.