Si alguien conoce el hilo secreto que conecta la infancia con la vejez es Ana María Matute, quien, a sus 83 años, publica Paraíso inhabitado (Destino).

--Rilke decía que la verdadera patria es la infancia. ¿Eso zanjaría su identidad?

--Y hay quien dice también que nuestra patria es la cama (ríe). Pero sí, la infancia nos marca, para bien o para mal.

--¿Y la suya hacia qué lado escoró?

--Hubo de todo. Yo fui una niña solitaria y tartamuda y tuve una madre excesivamente severa.

--Algo parecido a lo que le ocurre a Adriana, la niña protagonista de su novela.

--Esta es la novela con más elementos autobiográficos que he escrito, pero yo no soy Adriana.

--Explíqueme las diferencias.

--La casa es parecida al piso que teníamos en Madrid, con su cuarto oscuro, y la tata real, Anastasia, es como la de la novela. Pero mis padres, no; mis padres se querían horrores.

--Con todo, en la novela parece no haberse reconciliado con su madre.

--Porque, en realidad, la madre de la ficción no es ella. A medida que me hice mayor empecé a entenderla y creo que ella a mí también. Fue un gran apoyo. Por ejemplo, el día en que me casé me dio una caja de cartón llena de cuentos que yo había escrito de niña.

--¿Qué ha querido revelar en ´Paraíso inhabitado´?

--Me he valido de la infancia para hablar de la soledad, de la dificultad de ponerse en la piel del otro. Y he querido poner el acento en ese mundo privado de la inocencia que en un determinado momento se destruye.

--¿Se podría decir que su novela es una reescritura de ´Peter Pan´?

--No veo la relación. Bueno, hay un paraíso perdido-

--Y ambas novelas comparten un final desolador.

--Sí, pero en Peter Pan hay esperanza y en mi novela todo se destruye: el sueño, la compañía, el amor, la ingenuidad, la inocencia. He querido mostrar cómo la infancia puede acabarse de un tajo.

--Y con el estallido de la guerra civil, aunque el trasfondo histórico está bastante desdibujado. ¿Por qué?

--Porque de eso ya he hablado en otras novelas. El lector debe poner de su parte, hay un buen puñado de sucesos y detalles para que el momento se reconozca.

--Durante años usted ha sido también esa niña que se aísla en su mundo de fantasía respecto a la vida literaria española.

--Por naturaleza he sido una mujer a la que le gustan poco las alharacas. Soy más bien una esponjita observadora. Odio ser la protagonista.

--Una loba esteparia, pues.

--Yo no tengo la sensación de haber sido marginada. Estuve dos décadas fuera de juego por una depresión y, sin embargo, me llamaban de todos lados para dar conferencias. Nadie se olvidaba de mí. Era yo, que soy muy rarita.

--Un escritor la llamó bruja porque no sabía de dónde sacaba usted sus historias.

--¿De dónde las voy a sacar? ¿De un cesto que tengo en casa? ¿Cree que si hubiera sido un hombre hubiera dicho lo mismo? Como si una mujer no fuera capaz de imaginar y de crear mundos propios.

--¿Se ha sentido ninguneada por ser mujer?

--A veces creo que si no me han dado el Cervantes es porque lo soy. En fin, lo que está claro es que no les gusto.

--¿Y que haya tan poquitas mujeres en la Real Academia, usted que representa la letra k, qué le dice?

--Pues no lo sé. Los académicos que conozco no son machistas.

--¿Para cuándo sus memorias?

--Es que a mí eso de alardear sobre la gente que he conocido no me gusta.

--Dice tener ideas para próximas novelas, nada que ver con la Edad Media o con la infancia.

--Sí, ¿ves como estoy medio loca? Soy derrotista pero a la vez tengo un optimismo muy curioso. Quizá por eso salgo de todas las enfermedades, porque estoy convencida de que no me voy a morir.