La lejanía "es un buen aliciente para la escritura", y ha sido en Nueva York, la ciudad en la que Antonio Muñoz Molina ha vivido los dos últimos años, donde el escritor encontró la distancia necesaria para escribir su nueva novela, El viento de la luna (Seix Barral), un relato sobre el tránsito de la infancia a la adolescencia en la España rural del franquismo.

En la novela Molina vuelve a Mágina, el nombre que en la ficción recibe Ubeda, la localidad de Jaén donde nació en 1956, para recrear ese tránsito, "ese momento perdido en el que uno no es nada pero está a punto de volcarse hacia algo", y para reflejar cómo era la España de entonces, "tan distinta a la de ahora".

"El país ha dado un salto de gigante y por eso es muy importante recordar la situación de entonces para saber lo que se tiene, lo que se ha conquistado". El de los años sesenta "era un mundo de profunda pobreza y de grandes diferencias sociales; la mujer estaba sometida al hombre, la autoridad era incontestable y la ideología religiosa era muy opresiva, ultramontana", recuerda.

"Es un prodigio que de aquella España de entonces haya salido la de ahora. Eramos un país del tercer mundo y ahora pertenecemos al primero; teníamos una dictadura y ahora, una democracia, y la situación de la mujer ha cambiado de forma significativa", añade.

La idea de la novela le surgió hace mucho tiempo. Quería escribir una historia "sobre ese momento tan raro de la vida en que ya no eres un niño pero tampoco un adolescente", pero no encontraba el tono necesario.

GRAVEDAD Un buen día se le ocurrió contraponer ese relato con el viaje del Apolo XI y la llegada del hombre a la luna. "Encontré el grado de contraste necesario, porque la novela está toda llena de contrastes: el pasado y el futuro, la gravedad terrestre y la ingravidez espacial, el avance tecnológico que supuso aquella misión y el atraso que había en España, las diferencias entre el padre y el hijo..., etc", añade.

El escritor tardó dos años en documentarse para esta novela y en redactarla. En ella hay muchos elementos autobiográficos, pero el autor de El jinete polaco , Plenilunio o Sefarad se ha inventado también "muchas cosas", como el amor por el razonamiento científico que muestra el niño protagonista. Al escritor lo que realmente le gustaba en su adolescencia era la ciencia-ficción y no la ciencia pura y dura.