Título: Industrias y andanzas de Alfanhui.

Autor: Rafael Sánchez Ferlosio.

Precio: Un euro.

Más de 50 años han pasado desde que apareciera Alfanhuí y todavía hoy su fantástica creación abre los ojos de los lectores al mundo que les rodea. El libro está concebido como un itinerario del despertar de la adolescencia a través de su protagonista-niño, por diferentes lugares de Extremadura y Castilla. Esto nos lo presenta Sánchez Ferlosio dividido en III partes y cada una en capítulos, de extensión y número variables. En la I parte, XVIII capítulos, X en la II y XIII en la III.

Es Alfanhuí un niño que, a través de un narrador anónimo, descubre el gallo de la veleta que una noche se baja del tejado y se pone a cazar lagartos. Se hará Alfanhuí amigo de los dos, "más de los lagartos que del gallo"; y así comienza nuestra historia. Funde al gallo en una fragua y con el rezume que queda, el niño obtiene un polvillo de cuatro colores --"negro, verde, azul y oro". Con uno de ellos hace una tinta con la que inventa un raro alfabeto que nadie entiende en la escuela. Su madre le castiga en su cuarto y allí coincide con el gallo, que será su primer maestro. Un atardecer llevará al niño al horizonte de una ventana a recoger los colores de la puesta de sol. Con unas tinajas llenas del rojo del ocaso, niño y gallo vuelven a casa. Como quería ser disecador se va a Guadalajara a casa de un taxidermista, su segundo maestro.

LA SEGUNDA PARTE En la segunda parte el escenario se traslada a Madrid. Allí conoce a don Zana, coprotagonista de esta segunda parte, y tercer maestro de Alfanhuí. Pero, se desazonará de la ciudad y vuelve a su hermanamiento con los caminos, puentes, vagabundos, animalillos y árboles del campo. Así llega Alfanhuí a Moraleja --donde vive su abuela materna-- y aprende el oficio de boyero. De aquí se irá a Palencia, donde transcurren los últimos capítulos del libro, y encontrará un empleo "de algo menos que mancebo"; volverá al campo, a un campo lleno de alcaravanes que le roban el nombre al levantar el vuelo. Parece que se acaba su infancia y su historia, pero su sabiduría ha sido mucha a lo largo de este camino. El narrador anónimo acaba diciéndonos "cuanto llegó a saber, deja de declararse en esta historia, porque tan sólo el mismo Alfanhuí hubiera podido escribirlo"; y así termina cuando "Alfanhuí vio, sobre su cabeza, pintarse el gran arco de colores".

Ahora, amable lector, podríamos considerar que Ferlosio haya querido contarnos su propio camino iniciático o el camino de su sabiduría. Lo hace poniéndole nombre a su criatura. "--¿Tú? Tú tienes ojos amarillos como los alcaravanes; te llamaré Alfanhuí porque éste es el nombre con que los alcaravanes se gritan los unos a los otros, ¿Sabes de colores?", y como un demiurgo va creando después el mundo real y fantástico del niño recién bautizado. Ya tiene nombre, ha dejado de ser un don Nadie, ya puede enfrentarse al mundo. (Pareciese el mismo Ferlosio, jovencito a sus 18 años, enfrentándose a su propia existencia después de haber sufrido los rigores de la guerra civil, la amargura y tristeza de ver a su padre en la cárcel, su travesía hasta Génova y desde allí hasta Roma --la tierra de su madre-- y ahora en Coria y en la dehesa de Montesordo, de Portaje, y en Baños de Montemayor, enfrentándose consigo mismo y con sus ideales). Pero, Ferlosio, aunque no había sido un estudiante modelo, "supe sobrellevar suspensos y castigos (la madre de Alfanhuí le castiga en su cuarto después de que le echan de la escuela) con sonriente resignación", a pesar de ello, como digo, se había empapado de la biblioteca de su padre --gran escritor también-- y nos vierte su sabiduría en el camino de la sabiduría de Alfanhuí. Por el libro pasarán los ríos de China, los desiertos de Africa, la India, la Historia Natural, el saber enciclopédico y como no, las tierras y los colores de Castilla --"frío duro y desolado de la meseta"-- y de Extremadura, su querida tierra.

Para terminar, dos ejemplos de lo dicho, amable lector... "verdes de lluvia, verdes de cuando no llueve; verdes de sombra y verdes de luz; verdes de sol y verdes de luna... El verde de la encina era el verde de sol y el del olivo, su complementario entre los verdes de luna. El verde olivo tenía, a su vez, un contrario entre los de su clase: el verde retama". Asimismo, Ferlosio, conocedor de las costumbres extremeñas sobre el fuego (la lumbre) tan importante en la época que nos sitúa el texto, pues, a su alrededor los mayores contaban todo tipo de historias que hacían las delicias de los más pequeños, nos deja estas palabras, "las maderas que daban llamas tristes y las que daban llamas alegres, las que hacían hogueras fuertes y oscuras, las que claras y bailarinas, las que dejaban rescoldos femeninos para calentar el sueño de los gatos, las que dejaban rescoldos viriles para el reposo de los perros de caza".