Por más que se obstine Mariano Rajoy, el desmembrado, España no está pendiente de los estatutos, ni siquiera del de Andalucía, sino de dos Cármenes. España siempre ha sido de Cármenes. Una es Carmen Cervera y la vena ecologista que le ha nacido en el cuello. La otra, Carmen Martínez-Bordiu y el comentario despendolado de su exsuegra, Emmanuela de Dampierre, que la llamó ninfómana. Eso es alta política y no la del Consejo de Ministros.

Lo que no ha conseguido Esperanza Aguirre con Gallardón, el aplastamiento hasta convertirlo en papel de fumar y picadura, lo logrará la baronesa Thyssen. Gallardón quiere talar algunos árboles del paseo del Prado y Tita Cervera ha respondido a la sierra mecánica con un argumento más propio de Greenpeace: atarse a un plátano. Cuidado, baronesa, no vaya a ensuciarse el Chanel, aunque desde hace tiempo existe en el mercado ropa de aventurera con logo pijo. En el mercado hay conciencia de marca. Subida en los tacones de aristócrata, Tita quiere manifestarse de la mano de los ecologistas, y para eso deberá desprenderse del abrigo de piel. También ella --como todos los ricos-- debería ser considerada una especie protegida. ¿El grito de los manifestantes? "Tita, Tita, Tita, el plátano no se quita".

La disputa de Martínez-Bordiu, lingüística y verde, también sobre el follaje, es menos noble. La madre del fallecido Alfonso de Borbón, que estuvo casado con Martínez-Bordiu, dijo que era una mujer lujuriosa y ayer, según la sordina que le ha puesto ¡Hola!, la señora De Dampierre dice olvidar ese calificativo de relato cachondo. Una pena. Los oligarcas siempre olvidan.