A quién no le gusta que se le reconozca el talento. Quién no suspira por que se aprecien las virtudes singulares que uno cree atesorar. Cuán reconfortante y estimulante debe resultar encontrar un coro de adeptos que sepa distinguir en nuestro trabajo una luz de originalidad.

El neoyorquino Darren Aronofsky, qué duda cabe, va en este sentido bien servido. Hizo Pi , un innovador thriller de base matemática, y automáticamente se convirtió en un realizador de culto. Hizo Réquiem por un sueño y el culto creció. Y, entonces, lo que sucedió, fue que el que se creció fue él. Y le ha salido The fountain , que podría leerse como una metáfora de los peligros del elogio excesivo y de creerse más rompedor que nadie.

La película, presentada ayer en competición en la Mostra de Venecia, es un engranaje complicadísimo alrededor de la búsqueda de la fuente de la vida eterna, ambientada alternativamente en tres periodos, el presente, el año 1500 en España y el 2500 en la profundidad espacial. ¿Un lío? Por supuesto. Por eso hubo algunos pitos, algunos aplausos y mucha perplejidad. Unos vieron un prodigio; otros, un delirio.

"Fue una película muy difícil de hacer", explicó ayer Aronofsky, de 39 años. Está protagonizada por Hugh Jackman y Rachel Weisz. "En el corazón de la película --dijo el director-- descansa la idea de que la muerte forma parte de la experiencia humana y que hay que afrontarla. Si no hubiera muerte, ¿qué sería de nosotros".