Si la mayor aspiración de un festival de cine debe ser promocionar obras de arte de calidad que, a la vez, hagan disfrutar al público, entonces en Cannes se ha tocado el cielo. Uno está tentado de profetizar que Un profeta , que el francés Jacques Audiard presentó ayer a concurso, tiene asegurada la Palma de Oro, de no ser porque todavía queda mucho certamen y porque la película comparte nacionalidad tanto con la presidenta del jurado, la actriz Isabelle Huppert, como con la ganadora del año pasado, La clase , de Laurent Cantet.

La primera gran cinta de esta competición examina con tremendo detalle las políticas del crimen organizado a partir del absorbente periplo de un joven de procedencia árabe que ingresa en prisión hecho un pardillo y, a los seis años, sale de ella convertido en capo. Audiard nos relata su educación en la delincuencia y la formación de su personalidad entre rejas, en un superpoblado laberinto de redes mafiosas racialmente divididas. "La prisión es una metáfora de la vida --opinó ayer el director-- El personaje entra y sale de la prisión y es como si entrara y saliera de la sociedad misma. De algún modo, la película tiene elementos del western. Es como El hombre que mató a Liberty Valance , pero sin John Wayne".

Si hablamos de cine criminal, Jacques Audiard no tiene parangón en toda Europa. En dos de sus películas previas ya mostraba su fascinación por las vidas secretas del submundo criminal francés: Lee mis labios (2001) y la magnífica De latir mi corazón se ha parado (2005), inspirada en Fingers . Su nueva cinta evoca más bien Uno de los nuestros pero , a diferencia de Scorsese, carece de ego autoral.