En los años 20, la cotización de Pablo Picasso se había triplicado, gracias a la perspicacia de su marchante Paul Rosenberg, y el artista disfrutaba en París de una situación más que acomodada, con chófer, un piso elegante en la Rue de la Boétie y una esposa rusa, la exbailarina Olga Koklova, obsesionada por codearse con ricos y famosos. El periodo más social de Picasso, sus contactos con los intelectuales del momento, con mecenas y artistas, ocupa el tercer tomo de la gran biografía de Picasso escrita por John Richardson con el título de Los años triunfantes 1917-1932 , que ha aparecido en su versión inglesa de la mano de Jonathan Cape.

Richardson, ya octogenario, vive entre Nueva York y Francia y ha dedicado sus últimos años a la pormenorizada investigación sobre la vida de Picasso, que en esta tercera entrega revisa el paso del artista de la bohemia al beau monde. Un amigo fiel e insobornable de Picasso, el poeta Max Jacob, calificaba con ironía esta transformación como la época de las duquesas. En el libro, Richardson acota la ascensión social y artística del artista, desde su colaboración fructífera con los Ballets Rusos de Serge Diaghilev hasta su estancia en Londres, en 1919, donde comenzó su relación con miembros del Grupo de Bloomsbury.

Uno de los personajes decisivos de estos años es Olga Koklova, la graciosa bailarina con quien Picasso se casó en París en 1917 y tuvo a su hijo Paulo en 1921. Muchos años más tarde, Picasso le confesaría a Jacint Salvadó: "A Olga le gustaba el té con pastas, el caviar y todo eso. Y a mí, la butifarra con judías".

CAMBIO DE ESTILO A pesar de tan intensa vida social, su actividad prioritaria seguía siendo la pintura. Durante estos años Picasso cambió radicalmente de estilo, o mejor los simultaneó. Con los años, el abismo entre Picasso y Olga fue creciendo. Hasta que en 1927 se topó cruzando los bulevares con una joven rubia, de aspecto deportista, que no tenía ni idea de quién era aquel monsieur Picasso. Marie Thérèse Walter, de 17 años, fue su amor secreto nueve años. Picasso se convirtió para ella en un minotauro feroz y posesivo.