La última película de Almodóvar no es la mejor de las suyas pero, como ocurre con todo su cine, se trata de una obra interesante. Quizá lo que más pueda perjudicar al filme es que ha sido publicitado en exceso como una película sobre los abusos a menores cuando lo que nos cuenta está más relacionado con las secuelas que provocan dichos abusos en las personas que los sufren. Temáticamente, el filme tiene mucho que ver con la magnífica Mystic River (Clint Eastwood, 2003) aunque la película norteamericana busca con mayor empeño extrapolar del tema consecuencias con validez universal.

Almodóvar es un director brillante que, en este filme, encuentra sus mayores logros en la combinación de la imagen y la música, el trabajo de los dos actores protagonistas (sobre todo de Gael García Bernal que encara muy bien un complejo personaje con muchos matices y vértices contrapuestos) y el juego metalingüístico, ya que el filme es una especie de juguete de muñecas rusas con narraciones encerradas en otras narraciones.

Además de la posible decepción por la diferencia entre lo que la publicidad promete y lo que ofrece la película, el mayor problema de La mala educación es que lo que en un principio parece ser el tema fundamental del filme se acaba convirtiendo en una excusa para narrar una historia de amor y venganza que fácilmente podría separarse del núcleo de la narración.

Las líneas narrativas, la solidez de las estructuras de los guiones han sido siempre el caballo de batalla del cine de Almodóvar, y vuelve a ocurrir aquí. Más allá, su cine sigue siendo fascinante visualmente, lleno de ideas sugerentes, erotismo a flor de piel, una sensibilidad especial para empatizar con personajes atormentados por sus sentimientos y, sobre todo, con una capacidad fuera de lo habitual para extraer trabajos excelentes de casi cualquier intérprete. Todas estas virtudes pueden disfrutarse en La mala educación que constituye, sin duda, una obra recomendable.