Tras 66 años de abnegado servicio a la patria, al Capitán América le han dado la jubilación forzosa asesinándole en el número 25 de su colección, tras unas serie de acontecimientos ocurridos en la miniserie que, con el título de Civil war, publicaba la editorial Marvel Comics. La historia, en la que el héroe es liquidado por oponerse a la ley antiterrorista, se publicó en EEUU el miércoles y pone punto final, o eso parece, a una carrera que no se ha distinguido por su brillantez ni por la entrega de los aficionados al tebeo. Quienes, por otra parte, tampoco están muy seguros de que la cosa vaya en serio.

¿Acaso no asesinó DC Comics, la rival de Marvel, a su gran estrella, Superman, en noviembre de 1992 para resucitarlo en agosto de 1993?

A los superhéroes se les saca jugo hasta que no queda nada y el público los abandona. Y teniendo en cuenta que está en fase de preproducción una película sobre el Capitán América, no es de extrañar que los forofos de los tebeos se huelan un enésimo intento de aplicarle la respiración asistida a un personaje que lleva arrastrándose más de seis décadas.

DE ALFEÑIQUE A CACHAS A diferencia de Superman o Batman, el Capitán América es un héroe coyuntural. En plena expansión del nazismo en Europa, el guionista Joe Simon y el (excelente) dibujante Joe Kirby se lo inventaron en marzo de 1941 para plantar cara, aunque fuese sobre el papel, a la amenaza más grande sufrida por la democracia en el siglo XX. De hecho, el protagonista, Steve Rogers, es un estudiante de Bellas Artes que, consciente de que Hitler es más malo que la tiña, pretende plantarle cara en el campo de batalla, pero es rechazado por las autoridades por su condición de alfeñique. Por suerte para él, lo seleccionan para un proyecto secreto del Gobierno y se convierte en un cachas colosal nacido para repartir leña entre los nazis.

Acabada la segunda guerra mundial, la industria del cómic no supo qué hacer con él. Aunque nunca dejó de publicarse, el personaje jamás gozó de la popularidad de sus ilustres predecesores: el exceso de patrioterismo lo hacía difícilmente soportable para el lector europeo.

En la que de momento es su última aventura, el Capitán América se enfrentaba a Iron Man por un conflicto entre superhéroes: el Gobierno había decidido meterlos en vereda, controlarlos con una ley antiterrorista que pretende someterlos a un régimen disciplinario similar al de policías y militares, y eso al señor Rogers le parecía muy mal. Iba a declarar en un tribunal de Nueva York cuando una exnovia, Sharon Carter, le vació el cargador en el lomo.