El príncipe Carlos quiere ser el Dalái-lama, pero no le dejan. Eso, más o menos, debe pensar el heredero, que se siente "un disidente" frente a la opinión política. Cuando abre la boca, se gana una calabaza. Y la prensa británica, que no se calla, lo ha llamado "tipo no muy inteligente que nunca ha trabajado un día entero".