La figura de Augusto Roa Bastos quedará ligada a cuatro términos indelebles: Paraguay, la historia, el poder y el hombre. Estas cuatro configuraciones permiten abordar la literatura de este gigante de las letras siempre que las entendamos como un mosaico de perspectivas, de reescrituras y de relecturas.

Las obras de Roa Bastos no pretenden plasmar una verdad histórica, aunque en ella principien, sino proporcionar un conocimiento real desde una historia imaginada.

Construir, había dicho, "un relato de ficción impuro, o mixto, oscilante entre la realidad de la fábula y la fábula de la historia" se convirtió en su dispositivo narrativo más significativo; conocer los mitos de su pueblo para reconocerlos en el sangrante exilio que le tocó vivir; escribir desde el guaraní para reescribir la lengua de Cervantes; leer las ficciones que le han constituido como novelista para construir novelas que impelen a la relectura.

Obsesionado con las formas que adoptaban sus ficciones, el paraguayo fue un escritor exigente con el lector y convencido de que sus textos están "saturados, constelados, de historias paralelas, que se bifurcan y proliferan al infinito".

Augusto Roa Bastos ha sido un creador mítico en sentido literal. Los mitos y los símbolos, los significados cargados de espesor colectivo cuando no mágicos, le permitieron modular las voces de aquéllos que andan subyugados por el peso de la historia y la violencia elemental del poder.

En alguna ocasión, había declarado: "He de hacer que la voz vuelva a fluir por los huesos..., y haré que vuelva a encarnarse el habla".

Por el conjunto de su obra, representativa de los aledaños del boom, obtuvo el Premio Cervantes en 1989. Escribió cuentos como los agrupados en ´El baldío´ (1966), Moriencia (1969) o ´Cuerpo presente y otros cuentos´ (1971), y poesía con títulos como ´El ruiseñor de la aurora´ y otros poemas (1942) o ´El naranjal ardiente, nocturno paraguayo´ (1960).

Pero sus dos textos más significativos son ´Hijo de hombre´ (1960) y ´Yo, el Supremo´ (1974), que con ´El fiscal´ (1993) forman lo que él llamó "el monoteísmo del poder".

Si con ´Hijo de hombre´ estamos frente al mito en tanto que revolución del futuro, con ´Yo el Supremo´ (obra que están en línea con otras novelas del dictador; las de Miguel Angel Asturias, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa) nos enfrentamos a un texto que revoluciona las estructuras más sólidas de la novela tradicional, en línea, ahora, con los autores que configuraron el paradigma de la novela contemporánea: Cervantes, Sterne, Flauber, Kafka, Broch o Joyce. La novela como la indeterminación del sentido a través de la enajenación de la forma: la historia (real), agachando la cabeza por el paso firme de la historia (ficticia).

Con Roa Bastos no sólo desaparece un grande de la literatura latinoamericana, sino también la fértil pluma que diseñó para nosotros la meticulosa cartografía del hombre contemporáneo.