Cuando José María Cumbreño dijo que el programa de la tercera edición de Centrifugados iba a estar dedicado a la voz femenina, hubo quien saltó, porque, a ciertos hombres, lo de compartir el espacio público no se les ha dado nunca excesivamente bien. No hubieran dicho lo mismo, por ejemplo, de un programa centrado en la literatura indígena de América Latina. De la subrepresentación de la mujer en la industria cultural ya hemos hablado mucho y no nos vamos a repetir más. Y, además, no se preocupen: habrá hombres. Estarán Jorge Posada (lean Habitar un país es llenar de tierra una piscina), Sergio Raimondi (Poesía civil) y Matías Escalera (que ha hecho de todo) y también Mariano González, José Manuel Gallardo y Juan Fernández Fernández, que recitan y hacen música.

Pero, sobre todo, habrá mujeres. Las herederas de una cultura literaria que comenzó cuando algunas comenzaron a crear monstruos formados por los cuerpos de otros, a vindicar los derechos de la parte de la población que pare con dolor los hijos y a hablar de menstruación, trastornos bipolares, la importancia de tener dinero propio, lo feo que es el papel de pared amarillo y los matrimonios concertados. Una recuerda siempre a Charlotte Brontë, que escribió el mejor parlamento de la historia sobre el poder femenino:

«Brocklehurst: ¿Sabes dónde van los malos después de morir?

Jane: Al infierno

Brocklehurst: ¿Y sabes lo que es el infierno?

Jane: Un abismo lleno de fuego

Brocklehurst: ¿Te gustaría caer en ese abismo y arder en él eternamente?

Jane: No, señor

Brocklehurst: ¿Y qué debes hacer para evitarlo?

Jane: Estar sana y no morir, señor».

Sanas e inmortales, pues, porque quien escribe quizá nunca muera del todo, están Ada Salas, Irene Sánchez Carrón, Elena Román, Daiana Henderson, Susana Szwarc y Laura Wittner, Cristina Mirinda, Isabel Bono, Rocío Cerón y Sihara Nuño, Pilar Galán, Carmen Hernández Zurbano, Déborah Vukusic. Y más. También Lara Moreno, que es la nueva editora invitada de Caballo de Troya (sí, la que comandaba el simpar Constantino Bértolo); Marta Porpetta, de Torremozas, que acaba de publicar a la más irónica Gloria Fuertes; Lidia López Miguel, de Lastura (que mantiene tres pilares básicos: todas las lenguas, todos los géneros y precios justos) y Mara Troublant, de Tigres de Papel, que además ofrece libros en edición digital que están ya descatalogados: porque los libros no caducan nunca, aunque el mercado literario se empeñe en decirnos lo contrario. Qué ganas de escuchar a estas señoras.

Dedicar una feria a la poesía (y también a otras manifestaciones de la palabra) en castellano, con autores y editores venidos de casi todas las partes del orbe en las que se habla español, en Extremadura (con todos sus condicionantes, sobre todo los de transporte, que no vamos a repetir), es propio de locos benditos (en este caso uno, José María Cumbreño, director y empleado único de Ediciones Liliputienses) que se preguntan: y por qué no. Por qué no aquí, en esta tierra donde cualquiera podría retraerse antes de siquiera intentarlo. Porque, por cierto, que esto viene al caso, el único ayuntamiento que fue sensible a la petición fue, y esto hay que decirlo, el que gobierna Fernando Pizarro en Plasencia, que tuvo el buen tino de poner a Juan Ramón Santos allá donde está, que es gestionando la vida cultural de la ciudad. Y así, cuando uno va a reservar hotel a principios de febrero, en alguno ya no queda una plaza. El año pasado no cabíamos en las lecturas nocturnas: este año se harán en la Sala Impacto (con un público muy fiel que, quizá, no se haya acercado a la poesía tal y como lo va a hacer durante estas jornadas). Lo demás será en las Claras, en sus dos plantas (no se pierdan la de arriba) y, además de las lecturas y los debates, habrá talleres y exposiciones: una, de lavadoras, por algo se llama Centrifugados; los otros, de literatura potencialmente divertida, que ofrecerán Mónica Vacas y Daniel Castillo, los directores de esa editorial impecable que se llama Aventuras literarias y a la que conocerán no por sus libros, sino por sus mapas: el del Londres de Sherlock Holmes, los lugares donde Jane Austen explicó sus historias, el del Japón Mitológico, el de La vuelta al mundo en 80 días.

Centrifugados no son solo lecturas de poesía y unos cuantos ritos. Centrifugados es, sobre todo, lo que pasa después de esas lecturas, o durante, o entre una y otra. Y así, Ferrán Fernández siempre trae galletas de la pastelería Virgen del Puerto, que saben incluso mejor porque vienen acompañadas de abrazos tan enormes como él, o te haces amiga de un poeta chileno que trabaja en Cleveland y que pasará el segundo semestre de este año aquí o te descubres hablando de Perec en una librería con Gonzalo Hidalgo Bayal y, generoso como es él, te invita a tortilla de patatas con café, que es una de las costumbres placentinas que deberían exportarse para el desayuno.

Y así andamos, desde hace tres años. Nerviosos cuando febrero comienza a asomar la patita. Un consejo: ahorren. Se lo van a querer llevar todo.