Para el amante del cine proyectado en una sala, Moviepass parece un sueño, demasiado bueno para ser cierto, pero no es ficción. El servicio de suscripción, que vio la luz en EEUU hace seis años pero se rediseñó en agosto hasta su forma actual de 9,95 dólares al mes (8,34 euros), da la opción de ver en pantalla grande una película al día sin pagar nada más que la tarifa plana mensual.

Con el nuevo precio (que en el caso más extremo de quien vaya todos los días al cine se sitúa en 28 céntimos de euro por película), la compañía ha logrado en cuatro meses superar el millón de suscriptores. Y aunque exhibidores y estudios cuestionan los potenciales efectos negativos del servicio y los especialistas en economía dudan de la viabilidad del modelo de negocio, los responsables de Moviepass están convencidos de que es el futuro del cine.

Para el espectador la fórmula es sencilla. Se paga la suscripción por internet, se descarga una aplicación en el teléfono y en cuanto se recibe en el correo físico la tarjeta (idéntica a una de crédito) se puede empezar a ir al cine. Aunque hay algunas limitaciones (no se incluyen películas en 3D o IMAX, no se pueden hacer reservas y hay que estar a no más de 90 metros del cine para hacer la compra con la aplicación antes de recoger la entrada), arranca el festival.

Pese a las reticencias de los exhibidores, el 90% de los cines de EEUU aceptan Moviepass. En un país donde el precio medio de las entradas es de 8,95 dólares, solo con ver dos películas al mes el espectador ya ha ahorrado dinero. En grandes ciudades como Nueva York, donde lo normal es pagar 15 dólares y en algunos casos más de 20, la primera ya sale a cuenta.

Para Moviepass, que paga el precio íntegro de la entrada a los exhibidores, la apuesta es diferente. No se trata solo de confiar en que, como en los gimnasios, no todos sus sucriptores harán uso extremo del servicio. Se trata de excavar en la mina de oro de los datos de los espectadores y hacerse con un tesoro que hasta ahora ha sido esquivo para los estudios.

Los responsables de Moviepass -que fue fundada en el 2011 por Stacy Spikes, a cuya dirección se sumó este verano el cofundador de Netflix Mitch Lowe- están convencidos además de que su fórmula es una tabla de salvación para la industria. El 75% de los suscriptores son millennials, grupo de población al que los estudios no habían conseguido convertir en espectadores fijos en las salas.

Según lo resume Lowe en una entrevista telefónica con este diario, han descubierto que «mucha gente, especialmente los jóvenes, quieren ir al cine, pero tienen tantas buenas alternativas, como Netflix y Hulu, que cuando ven los precios subir en los cines deciden esperar a ver muchas películas en esas plataformas».

Moviepass también cree que puede ayudar a los exhibidores. Aunque estos han ido intentando evitar la caída de espectadores mejorando programas de fidelización sus avances han ido acompañados por aumentos en los precios.

El plan de negocio de Moviepass quizá sea «una locura», como aseguró la agencia Bloomberg, pero eso no impide a sus responsables hablar de un futuro lleno de otras posibilidades. Lowe habla de convertir «ir al cine en parte de una experiencia mayor» en la que pueden acabar ofreciendo a sus suscriptores información sobre lugares y establecimientos cercanos, desde aparcamientos a restaurantes, con los que esperan llegar a acuerdos de promociones que repartan beneficios.

El modelo de Moviepass, según el ejecutivo, sirve para todo el mundo, no solo para EEUU, por eso estudian «la expansión internacional del negocio cuando el momento sea oportuno».