«Mi primer recuerdo de una librería es de una que ya no existe, al menos en su ubicación original. Se llama Documenta; allí estuve a punto de rodar Cosecha roja, de Dashiell Hammett, pero me arrepentí; y cuando finalmente fui a pagarlo el librero decidió regalármelo», explicaba ayer Isabel Coixet acerca de La librería, que solo unos días después de obtener el Goya a la mejor película inicia su andadura por el resto del mundo en la Berlinale fuera de concurso.

Que sea este el certamen escogido para ello no tiene nada de sorprendente. Coixet lo ha visitado ocho veces contando esta -en siete para presentar película, en una en calidad de miembro del jurado-. Lo hizo por primera vez con Cosas que nunca te dije (1996), el largometraje que empezó a abrirle puertas fuera de nuestro país. Y, en 2015, gracias a Nadie quiere la noche (2015), se convirtió en la segunda mujer cineasta en toda la historia en tener el honor de inaugurar la muestra alemana. En este festival, dicho de otro modo, se la quiere.

La presencia de La librería, además, encaja como un guante en la programación de la Berlinale en un año en el que el más político de los festivales ha decidido sumarse a las reivindicaciones del movimiento #MeToo con la organización de distintas iniciativas diseñadas para estimular avances en la igualdad de género, como una serie de debates y una plataforma de apoyo a miembros de la industria que hayan sido víctimas de abusos. Después de todo, recordemos, se trata de la historia de la perseverancia y el coraje de una mujer que un buen día decide abrir una librería en un pueblo perdido, y que para mantenerla a flote se ve obligada a luchar contra distintas formas de prejuicio. «Respeto el #MeToo pero me preocupan más esas chicas de 17 años que viven en Irán, y que se quitan el velo y van a la cárcel», explicó Coixet al respecto. «Cualquier movimiento que sirva para avivar el debate tiene mi apoyo, pero no nos olvidemos de cuáles son las mujeres que se juegan realmente la vida por el hecho de serlo».