En una fase de incertidumbre, quizá tanto la pura evasión como la reflexión sean aún más necesarias. Es razonable pensar que, entre la amplia oferta de ocio, el consumo de productos culturales --ir al teatro o al cine, acudir a un concierto, quedarse en el sofá de casa leyendo o viendo una película-- es una alternativa más económica que salir de copas o viajar. O quizá este público pertenezca a los sectores que han sido menos castigados aún por el paro. Pero sean las razones psicológicas o económicas, todo parece indicar que, en este sector, el recorte en el consumo está llegando más tarde y con menos intensidad.

El sentido común diría que, cuando el consumo de los españoles está en pleno retroceso (un 6,9% en octubre), uno de los capítulos más prescindibles en el presupuesto familiar sería el ocio. Pero los grandes recitales siguen llenando salas, los éxitos llenan los cines y el sector editorial teme más el futuro que el presente. Los consumidores de cultura no han dejado de serlo aunque, eso sí, son ahora más selectivos, como indican la creciente disparidad entre grandes éxitos y fracasos en el mercado y la mayor atención al precio.

Enrique González Macho, directivo de la distribuidora Alta Films y propietario de los cines Renoir, insiste por ejemplo en que el cine sigue siendo un ocio barato. "La gente se está de ir a restaurantes o de copas, pero sigue haciendo cola para ver una buena película". Según Hermann Bonnín (Espai Brossa), "el menor gasto en turismo podría trasladarse a un mayor consumo de cultura". "La gente --añade Alex Rigola (Lliure)-- ahora viajará menos pero en los pequeños gastos, como el teatro, la incidencia es mínima".