Hace 20 años (ahora que, de casi todo, hace ya veinte años), cuando trabajaba en esa ciudad apasionante que es Melilla, uno de mis amigos me contó que, en su grupo de facultad (esos grupos que, una vez acabas, nunca jamás se rompen porque se formaron en el tiempo en que el mundo estaba en la palma de la mano y era un lugar abarcable y pasional), había un chaval que vivía un poco más lejos. Y un día, quedaron en su casa para hacer un trabajo. Y, cuando iban en el coche, de camino, soltó: «Vamos a ver. Vamos a llegar a mi casa y mi madre va a salir a saludar. Así que...». Y qué pasa con tu madre. Pues que salga. ¿Sabe hacer café? «Mi madre es Concha Velasco».

Y la madre salió, saludó, hizo café y trajo galletas y no sé cuántas cosas más, les dijo que estudiaran mucho y que aprovecharan el tiempo de la facultad, que la universidad es un sacrificio económico importante y que sacaran buenas notas. Lo que hacen las madres, en definitiva.

Veinte años más tarde, en el hotel Mérida Palace, sillones rojos, agua fresca para ambas, yo estaba allí con esa madre que es, además, una de las mejores actrices de España (voy a confesar algo: me sale poner siempre «este país». Hasta que me acuerdo de una frase que dijeron en El Jueves hablando del patriotismo y la Historia y la apropiación de símbolos y nombres: «Este país, anteriormente llamado España». Y entonces lo cambio: Es-pa-ña). Cuando acabé la entrevista, me levanté y dije:

—Ya he entrevistado a doña Concha Velasco. Ya me puedo morir.

Se rió y me dio una torta en el hombro:

—Ay, pero qué tonta eres.

Además de ser una de las mejores actrices de España, es una mujer profundamente respetuosa con la prensa. Atiende siempre a los medios, agradece siempre la atención, está pendiente de todo. Nadie se mantiene durante 61 años exactos, uno detrás de otro, en lo alto de la profesión si no es con inteligencia en todos los aspectos de su carrera. Antonio Gala ha escrito obras de teatro pensando en ella (Las cítaras colgadas de los árboles; Carmen, Carmen; La truhana, Inés desabrochada, Las manzanas del viernes). En cine, se la recuerda por Santa Teresa de Jesús. Luego, muchos años más tarde, Hécuba le quitó la vida, se retiró por enfermedad y regresó aquí, en Mérida, en los premios Ceres, por la puerta grande para preparar Olivia y Eugenio. Ahora se mete en uno de los personajes femeninos más fascinantes de la historia española: la reina doña Juana I de Castilla, Juana la Loca, esa mujer nada religiosa, cultísima, que sabía idiomas y música, montar a caballo y a la que traicionaron su padre, su marido, su hijo y su nieto. Todos los hombres de su vida. Se dijo que tenía una enfermedad mental, se la confinó en Tordesillas... y Ernesto Caballero ha escrito un monólogo que va llenando allá donde va. El triunvirato es maravilloso, desde luego: Velasco, Ernesto Caballero y Gerardo Vera, en la dirección. Vera decía que, si Shakespeare hubiera conocido a doña Juana, la hubiera hecho protagonista de una de sus grandes tragedias: «Queríamos un espectáculo con el rigor y la poética de un drama de Shakespeare». Iconoclasta, inquieta, bajo sospecha de la Santa Inquisición, si Juana hubiera sido hombre, habría reinado. «La monarquía española no tiene arreglo», me dijo Gerardo Vera: porque de aquellos polvos vienen estos lodos: «Todo este ADN tan cargado que llevamos, de iglesia, de monarquía, de represión, de inquisición, de limpieza de sangre, de la condena de la diferencia... todo eso lo llevamos. Y lo notamos hasta cuando votamos: somos víctimas de esa historia tan despiadada que hemos tenido». Eso dice Gerardo Vera, de acuerdo con José Luis Gómez cuando constató que perdimos la Ilustración, cosa que nos siguen contando como un logro (al menos, eso ocurría cuando yo estaba en el instituto: espero que hayan cambiado las cosas y no lo narren ya como «españoles buenos-franceses malos»).

Que la historia nos explica también es algo que ya hemos dicho alguna vez. La Royal Shakespeare Company ha estrenado su Hamlet, con Paapa Essiedu de protagonista. Reino Unido tiene muchísima más tradición teatral que España (aquí se perdió, aquí los actores están mal vistos porque no se dedican a nada de provecho), pero escuchar a dos adolescentes decir, de Hamlet, «es una obra de gente de ahora diciendo cosas que me pasan a mí ahora» es lo más parecido a explicarle a alguien lo que un clásico es. Aquí, obras como Reina Juana, El perro del hortelano, La Celestina, el público las acoge como algo que ocurrió pero ya no ocurre más. Algo sobre lo que hay que volver porque es tradición y porque son clásicos que hay que representar pero que no nos explican ni nos interpelan. Una suerte de arqueología dramático literaria. Ya está. Y entonces, claro. Qué es lo que está fallando aquí. Cómo transmitimos esto, esta importancia. Cómo hacer que alguien comprenda que toda esta gente (Cervantes, Lope, Tirso) encima de un escenario, te puede cambiar la vida.

No tengo la más remota idea.

Reina Juana. Sábado, 24 de septiembre. 18.30 y 21.30 h. Gran Teatro (Cáceres)