A Joël Dicker (Ginebra, 1985) le agota que siempre se hable de su juventud. Alcanzó el éxito con veintisiete años gracias a ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’ (2013), traducida a más de treinta idiomas, y a partir de ese momento se convirtió en uno de los autores con una mayor proyección internacional. Su secreto, la elaboración de ficciones adictivas que se alejan del ‘best-seller’ convencional gracias a la complejidad y riqueza con la que aborda sus personajes, inmersos en tramas que se aproximan al ‘thriller’. Ahora publica su nueva novela, ‘La desaparición de Stephanie Mailer’ (Alfaguara), en la que vuelve a situar la acción en una pequeña localidad de la Costa Este estadounidense y en la que se reafirma como un hábil generador de atmósferas y de intrigas vertiginosas, con constantes vueltas de tuerca y en las que no hay ni un minuto para el descanso.

--¿Vive la juventud como una virtud o una condena?

--Es algo muy relativo. Yo ya tengo envidia de los que tienen veinte años. Siempre somos más mayores y más jóvenes que alguien. No es que sea una virtud, pero está bien.

--Sin embargo, no se siente muy cercano a la denominada generación ‘millennial’.

--Yo nací cuando todavía se consultaba el diccionario en papel y no se buscaba todo en Google. Personalmente creo que las redes sociales tienen posibilidades, pero no se utilizan para cosas de provecho. Al final solo terminan evidenciando el narcisismo de la sociedad. Los jóvenes, por ejemplo, parecen concentrados en sí mismos. Es una generación rara. Me parece sintomático que cuanto más acceso se tiene a la cultura, menos interese.

--Hábleme de ‘La desaparición de Stephanie Mailer’. ¿Qué la diferenciaría de sus otras dos novelas?

--Está más centrada en los personajes. Es una novela coral y precisamente el punto de partida era esa polifonía de voces. Cada uno de los personajes de la novela cuenta su pasado, pero terminan teniendo un destino común.

--También hay constantes saltos temporales.

--La escribí así, tal cual se lee, con todas esas idas y venidas. En realidad, era una manera de dinamizar la narrativa y jugar con la estructura. Habría sido demasiado pesado concentrar la acción en bloques muy largos, porque ambas líneas cronológicas son demasiado densas de manera independiente.

--La manipulación literaria termina siendo un factor importante.

--Sí, pero intento que la novela se convierta en un espacio muy vivo de personajes, intriga y acción. De alguna manera, intento que el lector también actúe, participe y construya mientras lee. Que tenga miedo, sufra tensión y, en definitiva, sienta a través de la lectura una experiencia intensa.

--¿Qué le interesa del género negro?

--Muy poco en realidad. Creo que está en un tercer plano en la novela. Entra en el libro más tarde y solo sirve como hilo conductor.

--¿De qué cosas quería hablar en esta ocasión?

--De que cada uno siempre tiene algo que reparar y es su responsabilidad hacerlo o no, enmendarlo u ocultarlo. Cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, tenemos una historia traumática a nuestras espaldas y eso termina influyendo en nuestra construcción como personas. En la novela, cada uno de los personajes intenta rebuscar en su pasado para superar algo y volver a empezar.

--De nuevo Estados Unidos, ¿tanto le fascina?

--Me resulta más sencillo, lo conozco bien porque he pasado mucho tiempo allí. Pero lo utilizo solo como decorado y siempre imprimo una distancia como narrador con ese escenario. Es un espacio casi teatral y atemporal para mí.

--En la novela hay apuntes sobre el machismo en determinadas profesiones y en ambientes inesperados.

--No solo ocurre en los pueblos, también en las ciudades, en todas partes. En las empresas las mujeres cobran menos por hacer el mismo trabajo. El machismo es una lacra generalizada y por eso quería plasmar en la novela a una serie de mujeres que se enfrentan a todas esas dificultades, a esa discriminación de una manera cotidiana.

--Afirmó que Philip Roth era su favorito entre los autores vivos. ¿El trono se quedó vacante?

--Para mí no es importante que estén vivos o muertos, sino el lugar que ocupan en tu corazón. Hay autores que me marcaron en mi adolescencia y poco a poco su influencia se fue difuminando, porque vamos creciendo y nutriéndonos de nuevas referencias. Espero que en el futuro me marquen otros escritores que todavía no he leído.

--Sus novelas son cinematográficas; ¿qué siente ahora que Jean Jacques Annaud ha adaptado a una serie de televisión ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’?

--¿De verdad cree que son cinematográficas?

--Son muy visuales.

--Y sin embargo utilizo muy poco la descripción. A Jean Jacques Annaud le ha costado mucho porque no digo cómo es Marcus, ni cómo es la casa en la que vive. Por eso ha tenido que tomar muchas decisiones, rellenar muchos huecos. Le dejé total libertad para que creara e hiciera suyo ese mundo. Solo le pedí estar presente, preguntar y descubrir el mundo del cine, y ha sido una experiencia muy fuerte e importante para mí. Estoy deseando que la serie se vea porque a mí me ha parecido un trabajo estupendo.

--¿Con el éxito ha cambiado su placer por la escritura?

Al contrario. Es lo único que puedo medir. Lo demás no depende de mí. Ahora todo el mundo tiene una opinión de todo. Aunque no sepan de tenis, saben si Nadal ha jugado bien o mal. Se cuestiona lo que tiene éxito y lo que no, así que lo mejor es disfrutar con lo que uno hace.