"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". En apenas siete palabras, un despliegue de intensidad en su mínima expresión. El de Augusto Monterroso es el más famoso de los microrrelatos. Un género que por su inmediatez, portabilidad y capacidad de impacto en el lector va camino de convertirse en el modelo literario por excelencia del siglo XXI. Especialmente porque es el que mejor se adapta a las nuevas tecnologías, sin perder por ello su carácter artesanal, de orfebrería fina. Un microrrelato puede abrirse paso en un sms, a través de twitter o facebook, como grafitti en una pared y, desde luego, florece de forma particular en los blogs.

Hace una década que este tipo de cuentos esenciales saltó masivamente al ruedo mediático y a su edición en libro. En la actualidad, el género, más allá de las modas, está perfectamente asentado: produce congresos literarios, sesudos estudios y antologías. Hace unos meses apareció Por favor, sea breve 2 (Páginas de espuma), continuación de una selección publicada en el 2001 donde se daba cuenta de los trabajos de los maestros históricos, dinosaurio incluido. Esta segunda entrega de casi 200 microrrelatos muestra la producción más actual de los autores latinoamericanos y españoles en un libro en el que conviven autores reconocidos y emergentes. En ese mismo ámbito geográfico se mueve la cuidada edición de Velas al viento (Cuadernos del vigia). Más de 300 mínimos textos narrativos, publicados previamente en La nave de los locos , el blog de Fernando Valls. El crítico y profesor de la Universidad Autónoma, uno de los más destacados teóricos del tema, invitó a maestros y cultivadores del microrrelato a hacer sus aportaciones en su bitácora. La nómina incluye a desaparecidos como Francisco Ayala, Mario Benedetti y Rafael Pérez Estrada junto al reciente Cervantes José Emilio Pacheco o autores imprescindibles: Raúl Brasca --uno de los pocos que se ha dedicado en exclusiva al género--, Andrés Neuman, Ana María Shua --considerada "reina del microrrelato" por el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor--, José María Merino, David Lagmanovich, Fernando Iwasaki o Luisa Valenzuela.

No es un chiste

La concreción de lo que es o no este tipo de ficción mínima ha caldeado no pocos foros universitarios. Un microrrelato no es un chiste. Tampoco un aforismo. Ni un poema en prosa. Tampoco hay que confundirlo con un haiku. Valls, que lo ha convertido en materia de estudio académico con mucho éxito desde hace una década, apunta una descripción: "Es un texto narrativo muy breve que paradójicamente no se define por su brevedad sino por la intensidad y la precisión". Para el crítico, el principal enemigo del género es su aparente facilidad, lo que propicia talleres de escritura e infinidad de concursos. "De la misma manera que todo el mundo se cree dotado para la poesía, también se considera que cualquiera puede hacer un microrrelato. Cuando uno bueno tiene la misma dificultad que una buena novela".

Asimismo tiene una cualidad experimental. El humor y el juego forman parte de la esencia de su escritura. También participa de la fantasía. "Es un género híbrido y muy literario --afirma Clara Obligado, antóloga de Por favor, sea breve 2 -- para el que se necesita un lector activo y entregado, dispuesto a divertirse". La profesora argentina constata la mayoría de edad de la fórmula: "Ahora hay una creación mucho más seria".