La escena más impagable y más cargada de sentimiento de la conferencia, la que arrancó en el público asistente un enfervorizado aplauso, tiene que ver con el amor. Y se puede relatar como una historia triangular. Vargas Llosa, de pie, en el estrado, dicta su conferencia. Apenas se le nota que mantiene el tipo gracias a los calmantes ingeridos tras una contusión en el coxis, después de haber perdido el equilibrio mientras una fotógrafa sueca pretendía hacerle una foto. Delante de él, su esposa Patricia no se pierde una coma del discurso. El la mira fijamente y dice: "El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir". Ahí la voz del escritor se vuelven vacilante, se emociona y se quiebra. Su agente Carme Balcells, a quien también él ha dirigido sus merecidos agradecimientos, estalla en emocionadas lágrimas. Patricia no. Patricia sonríe. "Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Alvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prologan y alegran la existencia. Ella lo hace todo y lo hace bien", continúa la voz trémula.

"Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo,decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas y es tan generosa que hasta cuando cree que me cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: ´Mario, para lo único que tú sirves es para escribir´".