TLta primera vez que estuve con él fue en la calle de La Rúa, en Salamanca, claro. Había ido a nuestra facultad y yo ya había leído el Diario de un cazador . Me acerqué, le di la mano y le dije: "Yo cazo al salto en los riberos del Tajo, don Miguel ". "¡Hombre! Un joven cazador, ¿y qué haces aquí?", me dijo; y yo le dije: "Estudio Filología Románica". "Eso está muy bien. Acabarás siendo un cazador que escribe, como yo". Creo que fue algo así, y en efecto: Ha tenido toda la razón del mundo. Uno es lo que es porque ha cazado.

Luego di en escribirle a Valladolid e, indefectiblemente, ha contestado a todas mis cartas. Hay entre las hojas de sus libros un montón de cartas suyas. Siempre tan paternal y condescendiente. Dejé de darle la lata con mis cuitas cuando lo de Angeles , su mujer, y cuando el maldito mal empezó a minar su energía.

Hace veinte o treinta años vino a Cáceres a dar una conferencia en San Francisco, con motivo de no sé qué evento. Luego estuvo firmando libros en ese salón de Clavellina. Fui a verlo y cuando acabó me dijo: "Vamos a dar un paseo, y me cuentas". Tomamos café en el viejo kiosko Colón y paseamos por Cánovas. El todavía liaba picadura de aquella, caldos de gallina o algo así. Lo acompañé al hotel y nos dijimos adiós. No he vuelto a verlo, pero siempre he sabido de él por Juan y Miguel , sus hijos.

Estaba esta mañana en La Montaña, cuando me ha llamado Amelia , desde la COPE, y me lo ha dicho. Me he sentado sobre una piedra gélida a que me calmara el viento helado de la cumbre. Hace cuarenta años, un día gris de diciembre, perdí a mi padre, el hacedor de mis días, y hoy, al sol frío de una mañana de marzo, Miguel Delibes, cazador, padre de todos nosotros, los que amamos las letras y la caza, también se ha ido y nos ha dejado huérfanos de nuevo.

Miro el anaquel de la librería en el que están todas sus obras y un cuchillito fino y frío de acero me va haciendo trizas el sentimiento. ¡Santa resignación! Aun y a sabiendas de que, por su provecta edad y por ese colon dañado, era inexorable el desenlace, no podemos por menos que llorar en el adiós al hombre que ha representado tanto para muchos de nosotros, los de la escopeta y las letras.

Sus obras nos acompañarán mientras dure esta danza de la vida, y su figura, canana al cinto, gorra de campo y escopeta al hombro, será memoria perpetua para los que le estaremos eternamente agradecidos por habernos proporcionado tantas horas de placer espiritual con sus historias.

"Cuando yo salí del pueblo, hace la friolera de cuarenta y ocho años, me topé con el Aniano, el Cosario, bajo el chopo del Elicio-".

"El matacán del majuelo del tío Saturio llegó a ser una obsesión en el pueblo. El matacán, como es sabido, es una liebre que se resabia-".

"Digo yo que qué tendrá esto de la caza que cuando le agarra a uno, acaba siendo esclavo de ella-".

Tantos textos, tantas veces leer y releer sus cuentos y novelas; pasar por Valladolid y sentir su presencia; pasear por el Campo Grande, donde iba él a veces a calmar sus anhelos de monte- hemos llegado al final y todo se ha vuelto ya recuerdo de las cosas del pasado. Adiós, querido don Miguel, amigo y padre nuestro, seguirá con nosotros cuando vayamos por ahí, la escopeta al hombro. Un fortísimo abrazo.