Les Luthiers nos enseñaron que, a los niños, hay que decirles siempre la verdad. Por ejemplo, a la hora de contarles de dónde vienen los niños: como mamá y papá se quieren mucho, papá le regaló a mamá una semillita que él tenía. Esa semillita germinó, creció y, después de nueve meses, se convirtió en un hermoso repollo, donde te dejó la cigüeña que te trajo de París.

Y hay que hablarles siempre con cariño: Mirá, nene, ya son las doce de la noche: ¿no es cierto, querido? Es un poquito tarde y hoy nos hemos levantado temprano. ¿Te acordás que nos levantamos temprano? Y mañana nos tenemos que levantar temprano, ¿me entendés lo que te estoy explicando? Quiere decir, querido, que si vos ahora no te dormís... yo te reviento.

«Hacemos humor inteligente», dicen Les Luthiers. Humor inteligente y divertido que hay que ver en directo al menos un par de veces en la vida o tres. Con los discos te ríes muchos: con los vídeos de sus conciertos, más. Pero en directo... Ah, esos instrumentos: ese tubófono silicónico cromático, ese yerbomatófono d’amore, esa manguelódica pneumática... Todos ellos los construye el luthier de Les Luthiers, Hugo Domínguez, un músico de jazz que lleva con ellos desde 1997 y que ha construido la desafinaducha y el nomeolbídet; ha perfeccionado el calephone da casa y las tablas de lavar y ha restaurado la marimba de cocos, la mandocleta y el lirodoro. Sustituyó con solvencia al luthier emérito, a Carlos Iraldi, que había muerto dos años antes. Él y Daniel Rabinovich han sido las pérdidas más importantes a las que el grupo se ha tenido que enfrentar: y siguen haciendo reír, a pesar de que también haya dolor, que es, por cierto, la cosa más innecesaria de nuestras vidas y la que tiene mejor buena prensa: se sufre, pero se aprende; quien bien te quiere, te hará llorar; quien sabe de dolor, todo lo sabe (eso lo dijo Dante). Yo en esto sigo a Jefferson: el arte de la vida es el arte de evitar el dolor. Porque, añado, el dolor ya te encontrará a ti, no te preocupes. De hecho, puede que te encuentre hoy mismo (siempre es inesperado y siempre es rápido), que vayas al concierto de Les Luthiers medio roto y que el concierto no lo elimine, pero lo atenúe, siquiera un ratito.

Los genios consiguen esas cosas. A veces, no se les reconoce lo suficiente. Charles Chaplin nunca ganó un Oscar: tiene dos honoríficos y uno por la banda sonora de Candilejas. Esta noche, la Orquesta de Extremadura, dirigida por Roman Gottwald (divertidísimo, el año pasado utilizaron globos de colores como percusión: fue una experiencia única poder asistir a la proyección de El Chico) interpretará la música de City Lights, Luces de ciudad, con esa famosísima violetera de José Padilla (que le denunció porque no le acreditó como compositor, por cierto, y le ganó el pleito a Charlot en París).

Chaplin no sabía leer una partitura, se consideraba un aficionado y tocaba el piano y el violín. Pero nos legó algunas de las bandas sonoras más hermosas de la historia del cine. Aquí lo hizo junto al enorme Alfred Newman y el arreglista Arthur Johnston. Suena circense, pero algunas de sus piezas se han usado después en otras películas. Es una banda sonora muy alegre para una historia de amor preciosa, con una florista ciega (la interpretó Virginia Cherrill, con la que Chaplin no se llevó muy bien y que ha pasado a la historia por este papel... y a la que muchas de las mujeres heterosexuales del mundo le envidiamos haber estado casada con Cary Grant).

Con este tipo de iniciativas, la Orquesta de Extremadura intenta atraer a nuevos públicos. Los periodistas culturales también lo intentamos: que la gente acuda en masa a ver nuevas propuestas. A veces te apasiona algo tanto que tienes ganas de gritarlo como una buena nueva. Luego llega el baño de triste realidad: ni en los países más cultos (y España no es un país culto: el primer paso es reconocerlo), los estadios de fútbol tienen menos capacidad que los teatros.

La cultura es minoritaria. Y, dentro de lo minoritario, lo más arriesgado (entendiendo que el riesgo dé como fruto una buena obra, obviamente, y no una fallida) corre el gran riesgo de desaparecer, porque las personas que las hacen tienen los malos vicios de querer un techo bajo el que dormir, tener para ir al mercado y para tomar un café con los amigos y hasta, oh sacrilegio, pueden viajar y pagar más entradas de teatro, de cine, de conciertos. Por ese terror íntimo (puede que algún día nos perdamos mucho, puede que algún día todas las propuestas sean iguales, puede que algún día no encontremos nada en una programación, puede que fulanito se retire porque no lo contratan, puede que...), querríamos salir a la calle y repartir pasquines: vayan a ver a la OEx, vayan a Les Luthiers, vayan a todo, siempre.

‘Luces de ciudad’, con música interpretada por la OEx. Viernes, 29 de septiembre. 20.30 horas Palacio de Congresos (Badajoz). Sábado, 30 de septiembre. 20.30 horas Gran Teatro (Cáceres)

Les Luthiers. Stone and Music Festival. Viernes, 29 de septiembre. 22.00 horas. teatro romano (Mérida).