Muchos han sido los espectáculos de Edipo rey , de Sófocles, representados con mejor o peor fortuna en el festival a lo largo de su historia. Y no creo que este último --montaje estrella de este año-- del director argentino-francés Jorge Lavelli ha elevado el listón de algunas producciones anteriores de la tragedia, como las innovadoras de la compañía de José Luis Gómez en 1982 --en versión de A. Garcia Calvo, dirigida por el griego Stavros Doufeixis-- o como la del grupo portugués La Comuna en 1988 --dirigida por Joao Mota--, representadas con perfección y con las voces naturales de los actores, en los espacios del teatro romano y el anfiteatro, respectivamente. No obstante, el espectáculo de Lavelli, con mayúsculas y minúsculas, alcanza un satisfactorio nivel de calidad.

La versión depurada de Lavelli / José R. Fernández es correcta pero bastante insípida. Ha consistido en dar a la frase antigua un matiz más vigente y, quizás, más poético pero sin trascender el contenido de la tragedia a las posibilidades de una lectura más actual de lo clásico. Apenas hay un texto interesante de búsqueda e indagación teatral sobre la conducta del personaje Edipo angustiado por los oráculos. Es fiel al texto original, manteniendo intacta la problemática de predeterminación e inexorabilidad del destino, que es la enseñanza de una historia pesimista donde se enfatiza más la tragedia melodramática --por sus equívocos-- de las abstractas pasiones que la tragedia de unos seres históricos socialmente situados.

En el espectáculo, Lavelli muestra su oficio y seguridad con una estricta economía de recursos artísticos para contar la historia edípica desde la perspectiva intemporal, resaltando en sus acciones la ironía trágica, uno de los temas que en esta obra más contribuye a marcar el personaje: de un rey, al inicio amante de su pueblo y respetado por él, a un héroe con destino miserable. Pero la propuesta resulta oscura en todo su contenido que pretende decir mucho y no dice más que lo convencional de la tragedia original. Eso si, emperifollada de modernidad no en el escenario sino en las clases magistrales impartidas en ruedas de prensa.

Estéticamente imprime un lenguaje altamente elaborado sin que por ello implique artificio o rebuscamiento. Logra el aprovechamiento del marco utilizando todos los elementos artísticos que, en algunas escenas, otorga una belleza que podría considerarse de augusta, dentro de esa atmósfera de lo solemne, y de esas influencias sensibles que pesan sobre los destinos que se mueven en una dimensión casi cósmica. Sobresale el impactante arranque de la función mostrando a la población de Tebas en estado de horror por la peste, y los singulares desplazamientos dentro y fuera del escenario de un inspirado coro polifónico de composición expresionista, que interviene declamando y cantando con hermosas voces, de equilibrio tonal, de las que brota en sentido litúrgico la tragedia. Logra también buen ritmo en la narración, pero en el ritmo de la acción hay altibajos en la gradación expresionista de los movimientos de los actores, sobre todo en las cadencias y anticadencias de tonos que deberían palpitar con brillo en las palabras poéticas e imágenes dramáticas del actor principal Ernesto Alterio (Edipo) --que apenas suscitan el temor y la compasión trágica, que dice Aristóteles--. Lavelli para ese intento expresionista no dispone aquí de actores completos --de esos que habla Tairov-- que saben utilizar su energía corporal y declamatoria en todos los registros.

Los actores

En la interpretación, los actores se mantienen en la búsqueda progresiva del énfasis dramático logrando en su conjunto actuaciones coherentes. Destacan Carmen Elías (Yocasta), proyectando ese estilo elevado, sublime y poético de su papel trágico que pasa por todas las vicisitudes en su lucha por vencer al destino, y la colaboración de Juan Luis Galiardo (en el papel del ciego Tiserias) provocando magistralmente en la escena con Edipo el contraste que se produce cuando se enfrentan dos personajes regios. El actor, cuyo talento fue desaprovechado en otras obras del Festival de Teatro de Mérida, borda aquí al adivino con autoridad escénica y excelente declamación.