El premio Cervantes no le cambiará. Seguirá siendo el mismo de siempre. Ni el prestigio que supone recibir el mayor galardón de las letras españolas ni los 125.000 euros que comporta modificarán un ápice su (humilde) forma de ser. “Han transcurrido ya varios meses desde que el ministro de Cultura me comunicó que me habían concedido el Cervantes y todavía no sé cómo reaccionar. Este premio no es fácil de asimilar. No peco de insincero al decir que nunca esperé recibirlo”. Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) nunca aspiró, efectivamente, al Cervantes. El humor siempre ha sido el hermano pobre del arte y él, que concibió a un extraterrestre para que le sacara los colores a Barcelona, solo concibe la literatura con sonrisas.

Con humor, por supuesto, acaba de pronunciar un clarísimo y sencillo discurso ante los Reyes en el acto de entrega del galardón, en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), cuna de Cervantes. El autor recogió el premio con “profunda gratitud y alegría” y prometiendo seguir siendo el de siempre: “Eduardo Mendoza, de profesión, sus labores”. Seguirá escribiendo, pues. Rellenando folios en blanco, algo que conlleva “temor” y “esfuerzo”.

LECTOR DE CERVANTES "POR OBLIGACIÓN"

Traductor, novelista, ensayista y dramaturgo, Mendoza ha rememorado sus años mozos, la época del “preu” (preuniversitario) en la que leyó por primera vez y “por obligación” el Quijote. Todos sus compañeros lo hicieron, fueran de ciencias o letras. “A diferencia de lo que ocurre hoy, en la enseñanza de aquella época prevalecía la educación humanística, en detrimento del conocimiento científico. La pomposa abstracción que hoy llamamos Humanidades, antes se llamaba, humildemente, Lengua y Literatura”. El hermano Anselmo fue el que les metió a la fuerza el Quijote. A los treinta fieros muchachos de su clase (no había chicas, por supuesto) no les hizo mucha gracia. “Nuestra imaginación literaria se nutría de 'El Coyote' y 'Hazañas bélicas’ y las sesiones dobles del cine de barrio eran nuestro Shangri-La. Pero el Siglo de oro, francamente, no”.

Consciente de que a clase no se iba a jugar sino a aprender, abrió el Quijote con el mismo ánimo con el que se aprendió de memoria los afluentes del Ebro: ninguno. Pero lo hizo y se rindió a su encanto. Le fascinó el lenguaje cervantino. Desde niño, Mendoza -de padre amante de la cultura y, sobre todo, del teatro y Lope de Vega- quería ser escritor, pero no sabía ni cómo ni sobre qué escribiría. “La lectura fue un bálsamo y una revelación. De Cervantes aprendí que con el idioma se podía cualquier cosa: relatar una acción, plantear una situación, describir un paisaje o transcribir un diálogo sin forzar la prosa, con claridad, sencillez, musicalidad y elegancia”.

EL PELO REVUELTO Y EL BIGOTE FIERO

Una década después, convertido en un bachiller “o un tonto”, volvió a leer del tirón la célebre obra de Cervantes. “Yo llevaba el pelo revuelto y lucía un fiero bigote. Era ignorante, inexperto y pretencioso.Pero no había perdido el entusiasmo”. Lo volvió a leer convertido ya en un “buen padre de familia”. Al igual que don Quijote, a esas alturas de su vida había recibido algunos palos, ni muchos ni muy fuertes. Y como Sancho Panza se había apeado muchas veces del burro.

Volvió a las andadas de Alonso Quijano después de la llamada del ministro de Cultura para anunciarle el premio. De las cuatro lecturas ha sacado muchas conclusiones. La fundamental: que a él le pasa justo lo contrario que al hidalgo caballero. “Don Quijote está realmente loco, pero sabe que lo está, y también sabe que los demás están cuerdos y, en consecuencia, le dejarán hacer cualquier disparate que le pase por la cabeza. Es justo lo contrario de lo que me ocurre a mí. Yo creo ser un modelo de sensatez y creo que los demás están como una regadera. Por este motivo vivo perplejo, atemorizado y descontento de cómo va el el mundo”.

GIMFERER Y BALCELLS

El autor de 'La verdad sobre el caso Savolta' -novela con la que debutó y triunfó- ha trufado su discurso con notas de humor y ha hecho un paréntesis para rendir homenaje a dos personas fundamentales en su vida y en su carrera literaria: Pere Gimferrer, que le dio la primera oportunidad, y la fallecida Carmen Balcells.

EL REY ELOGIA BARCELONA

El Rey, mientras, ha alabado al homenajeado, “voraz lector”, “artesano y trabajador del lenguaje” y “biógrafo de la capital catalana”. “Pocos escritores han contribuido tanto al fomento de la lectura entre jóvenes y adultos como Eduardo Mendoza, demostrando que la popularidad no tiene que estar reñida con la excelencia”, afirmó el monarca en un discurso muy elogioso con Barcelona, "ciudad crucial para el nacimiento y difusión de movimientos literarios".