Javier Cercas (Ibahernando, 1962) cierra, con la publicación de El monarca de las sombras (Literatura Random House), un amplio ciclo sobre la memoria histórica que empezó con Soldados de Salamina y prosiguió con Anatomía de un instante y El impostor. En un libro que ha definido como «belicosamente antibelicista», Cercas se atreve finalmente a enfrentarse al pasado franquista de su familia, con la figura central, que no única, de Manuel Mena, un tío de su madre que se alistó en una bandera de Falange, combatió como alférez provisional con los tiradores de Ifni y murió con 19 años durante la batalla del Ebro. «Es una historia que llevo en la cabeza desde que tengo uso de razón», revela.

-El libro tiene un vínculo con ‘Soldados de Salamina’.

-Es complementario. Allí había una reivindicación, política, moral, del pasado republicano. En este caso hay una asunción de mi pasado; vengo de donde vengo, como tanta gente de este país. No puedes ignorar este pasado, porque ignorarlo es vivir con él de forma inconsciente. Cuando la gente dice que dejemos atrás el pasado y miremos hacia delante, eso es un error total. Sobre todo con el pasado que forma parte del presente. La transición, si salió más o menos bien, como pensamos las personas normales, si optamos por no matarnos y construir una democracia frágil e insuficiente, fue porque el pasado estaba presente. Eso que se dice del pacto del olvido no es cierto. Hubo un pacto por no utilizar políticamente el pasado bélico.

-Aquel «sobre todo que aquello no vuelva a suceder» no era olvido, tenía presente el pasado...

-Eso no es olvido. Desde Adolfo Suárez y Santiago Carrillo hasta mi padre y mi madre, todos tenían el pasado presente. Que eso no podía volver a pasar.

-Dice que todas las familias tienen una sombra del pasado, algo a lo que no miran. Usted lo hizo, ¿pero por qué le ha costado tantos años?

-Yo no sabía lo que había sucedido, aunque eso formaba parte de mí. Yo no sabía ni que mi abuelo había sido el primer alcalde franquista, ni que después de la guerra no quiso que la familia tuviese nada que ver con la Falange. Solo que había sido de Falange. Yo tenía dos opciones, que eso siguiese en la sombra o iluminarlo hasta donde fuese posible. Y es lo que decidí. Imagínese que me hubiese encontrado una atrocidad, aunque lo que me he encontrado no era tan grave. Claro que me daba vergüenza, porque era asumir mi peor pasado. He querido entender de dónde vengo, que es lo contrario que justificar, porque la única manera de combatir el mal es entenderlo.

-Nunca había escrito sobre el pueblo del que salió cuando tenía apenas 4 años, Ibahernando, en Cáceres. Me llama la atención que también diga que le daba vergüenza.

-Es que es verdad, este es otro subtema del libro. La emigración es una de las capas de la novela, y la encarna mi madre, que nunca dejó aquel pueblo aunque vivía en Girona. A mí me daba vergüenza ser de un pueblo pobre, atrasado, cuando era chico. Catalunya era otra cosa, era rica, era cultivada... Sí, no era solamente una vergüenza política, era una vergüenza de origen. Y hasta ahora yo no había sido capaz de digerir literariamente algo tan importante para mí.

-La casa del pueblo siempre está allí. Qué hacer con ella cuando su madre falte.

-Exactamente. Se podría haber titulado La casa. Es la herencia. Este libro habla de la herencia de la guerra civil y de la herencia en general, la casa de nuestros antepasados. Yo soy mis antepasados, igual que mi hijo será lo que yo soy. Este es el final del libro. No morimos del todo, sobrevivimos en nuestros descendientes, igual que nuestros antepasados sobreviven en nosotros. Porque estamos hechos de materia que no se destruye...

-Y de recuerdo. Porque la muerte es el olvido.

-Y de recuerdo, sí. Ese era el tema de Soldados de Salamina. Aquí es más bestia todavía: no nos morimos. Yo estoy hecho de mi padre, y usted del suyo. Y no somos culpables de lo que hicieron nuestros antepasados, pero sí que somos responsables.

-Usted no condena moralmente a su tío que marchó al frente. Sí a los intereses a los que servía.

-¿Quiénes han hecho siempre la guerra? Los chavales. ¿Quiénes los envían a la guerra? Los adultos. Es así. Los creadores de los discursos. Es lo que hizo Sánchez Mazas. Por eso esa frase de Slavoj Zizek de que detrás de todo genocidio hay un poeta. Detrás de toda guerra, también. La gente que tiene las palabras y las utiliza para incendiar los ánimos. Quien creó una retórica épica, sentimental, inflamada, fueron poetas.

-¿Qué hacer con la memoria?

-Es vital. Sin ella no podemos vivir. Pero no se puede sacralizar. Todo ha de estar sujeto a la critica, porque si no, renunciamos a la verdad. Este fue el caso Enric Marco. Como era un testimonio, nadie ponía en duda lo que decía. Pero se tenía que hacer. Porque la memoria no es infalible. La memoria es individual, y es rebelde, y es subjetiva, y es parcial, y así ha de ser, no puede ser esterilizada. Tenemos que utilizar la historia, la memoria y la literatura para que el pasado siempre esté presente. Sobre todo el peor. Que no lo obviemos, pero que tampoco lo edulcoremos, o lo utilicemos políticamente para nuestros intereses actuales.

-En Ibahernando aún existe la calle del alférez Manuel Mena. ¿Qué se debería hacer con ella?

-Cuando se promulgó la ley de la memoria histórica se empezó a hablar de eliminar la calle. Mis hermanas se le dijeron a mi madre, temiendo su reacción. Mi madre respondió: «Lo que no entiendo es cómo no la quitaron hace años». Eso lo dice todo. El problema aquí es que la derecha no ha cortado, no ha condenado el franquismo. Condenarlo como todo el mundo ha condenado ETA. Esto es lo primero. ¿De dónde venimos? Del franquismo. ¿Era un error? Sí, y se ha de condenar de manera radical. ¿Todos los que se apuntaron eran unos asesinos hijos de puta? No necesariamente. Hubo gente que de buena fe se equivocó. No hay que cargárselo todo. ¿Ha de haber una calle del Caudillo? No. ¿Tenemos que eliminar la de Jardiel Poncela? No. No hemos de acabar con una caza de brujas como la de Polonia. Pero ha de haber un corte. El Rey debería haber condenado el franquismo. Y ha hecho cosas, como homenajear a los de la Nueve, porque ojo, no es tonto.

-‘El monarca en la sombra ‘del título es el Aquiles de la ‘Odisea’, que está en el mundo de los muertos y dice que preferiría ser un esclavo vivo que un rey allí abajo. Es un poco lo que acaba descubriendo de su madre, ¿no?

-A veces cuando era joven me preguntaba si ese modelo de héroe era para ella el ideal vital, y mi conjetura es que estaba diciendo lo contrario. Que ese chico se había equivocado. Que no era un modelo a seguir sino a evitar. Otra vez el «que eso no vuelva a pasar». Que es mejor envejecer que tener una muerte hermosa. Al final, la más belicosamente antibelicista es mi madre. Y eso yo no lo entendía.