Unai Elorriaga quería escribir sobre aquel verano de 1982, que para él empezó buscando libélulas con su prima y acabó con la muerte de su padre. Esos recuerdos los ha captado, al final, en su tercera obra, mezcla de vivencias pasadas y ficción que dan como resultado un texto surrealista y menos inocente de lo que pueda deducirse de una rápida lectura. Vredaman se titula el libro, palabra a la que el lector hará bien en no buscar significado, porque es la superposición de los nombres del pintor holandés Vredeman de Brie y del personaje de una novela de Faulkner, Vardaman.

Elorriaga (Getxo, Bilbao, 1973) entró en la literatura por la puerta grande. Su primera novela, Un tranvía en SP , logró el Nacional de Narrativa 2002, lo que le permitió pasar de desconocido traductor de euskera a reconocido autor. Hace dos años publicó su segunda novela, El pelo de Van´t Hoff , hoy se plantea la versión cinematográfica de la primera y se dedica en exclusiva a su única obsesión: "escribir".

Vredaman (Alfaguara) mezcla historias diferentes, pero relacionadas: el niño que busca una libélula azul para convertirse en el más inteligente; dos amigos que montan un partido de rugby en un campo de golf; la anciana que recuerda a su novio arquitecto, y el chico que descubre que su abuelo participó en un campeonato de Europa de ebanistería. El narrador tiene 9 años y su relato es el que corresponde a esa edad, pero con sutiles referencias que acercan a la realidad de los adultos.

LA VOZ INFANTIL "La visión de un niño sorprende y la literatura debe sorprender --explica--; una voz infantil no tiene prejuicios ni flitros". Elorriaga comenta que algunos personajes de la obra son reales: el ebanista es el abuelo del autor; Gur, un hombre inverosimil, es vecino de Getxo, y la reconversión del campo de golf es una sutil venganza contra el que existe en su pueblo, "que todos odiamos". La novela está construida con frases cortas, que Elorriaga considera una dificultad añadida porque, añade, "el lenguaje pomposo es más fácil".

La obsesión del narrador, por la inteligencia es la del propio autor, algo que, se pregunta, no sabe si es bueno o malo: "Entender ciertas cosas, como lo que Bush hace en Irak, o tener la certeza de que el dinero mueve al mundo, puede hacernos más desgraciados". Mantiene la postura que fijó tras obtener el Nacional de Narrativa --"Hablar de política es tarea de los políticos"-- y acepta que aquel premio le permite trabajar sin presión, sin la necesidad de escribir "códigos Da Vinci para sobrevivir.