Llega a su novela, La vida negociable (Tusquets), con el peso de su anterior y autobiográfico libro El balcón en invierno, uno de los mejor recibidos en su trayectoria. Es Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948), bendecido desde el minuto cero por su primera novela, Juegos de la edad tardía, y uno de los prosistas más clásicos de la lengua castellana (solo él es capaz de utilizar en pleno siglo XXI la palabra pelucando; sí, como educando). En el interior de sus novelas suele resonar un eco antiguo, pero en esta ocasión se diría que es Lázaro de Tormes el que parece haberse reencarnado en su protagonista, un verborreico peluquero decidido a contar su no muy edificante vida a golpe de trapacería.

-Por una vez en su literatura, el tema de la madre tiene más fuerza. Pero también aquí aparece un padre…

-Como siempre. Yo estoy condenado en mis libros con el asunto del padre. Apenas sale uno, mis lectores piensan en él, que ha aparecido de una forma u otra en tantas novelas. Este no tiene nada que ver con el mío porque, además, considero que ya he saldado cuentas con ese demonio literario.

-Suele decir que la muerte de su padre le hizo escritor

-De alguna manera, sí. Me hizo hombre. Yo tenía 16 años, me llevaba muy mal con él y le había decepcionado. Él había hecho mucho por mí y yo no le correspondí. Su muerte me convirtió en un hombre de golpe.

-De ahí que casi todos sus libros sean una especie de carta al padre.

-Sí, todos mis temas literarios, que no son muchos, dos o tres, nacen de ese manantial. De todos modos, yo ya era poeta en ese momento, pero lo que hizo la pérdida fue definir mi mundo, fraguarlo. Mis novelas siempre muelen el mismo grano.

-¿Qué fue primero en esta novela? ¿Su protagonista?

-Sí, eso y una imagen antigua que me rondaba. Una madre lleva a un hijo a una especie de comercio, lo deja al cuidado de alguien y acto seguido desaparece. Es algo breve y muy vago, pero también rico y prometedor. Me interesaba continuar con la idea de que el niño está en posesión de un secreto. Que quizá su madre tenga un amante.

-Esa mentira es la que le hace descubrir al chico que la vida es otra cosa mucho más desagradable.

-Sí, es un corte en su vida, como me pasó a mí con la muerte de mi padre, sin ir más lejos. Eso es lo que tenía de prometedor esa historia, algo abrupto que te abre los ojos a la vida.

-¿Se podría decir que este libro es una reescritura de ‘El lazarillo de Tormes’?

-Pues no se me pasó por la cabeza cuando lo escribía.

-Pero el tono coloquial es totalmente lazarillesco. Además, ‘El lazarillo’ se podría llamar ‘La vida negociable’.

-En ese sentido, sí que admito lo

picaresco.

-Además, es la historia de cómo se construye un corrupto, pura picaresca. Algo que, por desgracia, nos muestra cada día nuestra política.

-Eso ha ocurrido siempre. Ahora lo vemos con luces especialmente brillantes porque es la época que nos ha tocado vivir y porque en parte el imperio del dinero hace que ese cambalache se vea con mayor claridad. Todos negociamos con nuestras conciencias, negociamos con Dios. Es uno de los grandes temas de Woody Allen. En Delitos y faltas o Match Point, por ejemplo. Alguien mata a alguien porque hace peligrar su vida y, al principio, duele mucho, pero pasa el tiempo y la culpa va doliendo menos. Pienso en Mariano Rajoy cuando le preguntaron por el Yak-42 y dijo que eso pasó hace muchísimo tiempo. El mismo Allen formulaba que comedia es igual a tragedia más tiempo. Lamentablemente, en España, todo prescribe en muy poco tiempo.