Quizá haya que ser francés, y francés de otra época, para lograr lo que el periodista literario Bernard Pivot hizo en un plató televisivo con Apostrophes y Bouillon de culture, conseguir que un viernes por la noche y en horario prime time, la gente se apoltronara frente a sus televisores con un programa sobre libros cuya acción y efectos especiales eran las ideas y las reflexiones de los autores. Ahora hace 15 años del último de aquellos espacios que durante tres décadas convocaban a más espectadores que una final entre el Paris Saint Germain y el Olympique de Lyón. Pivot ha seguido en la brecha cultural y en los últimos años se ha revelado como un gran actor, monologuista de sus textos fascinados por las palabras y el idioma. A sus 81 años, sigue modulando la ironía.
-Es admirable la fuerza de la que hace usted gala. ¿No le afecta la edad?
-Es mi naturaleza. Yo soy así, impulsivo y apasionado. Lo que a usted le sorprende, a mí me parece normal.
-¿La pasión es la mejor manera de contagiar la curiosidad?
-Curiosidad y pasión van de la mano. La curiosidad debe ser la primera cualidad del periodista, sin ella no se puede hacer preguntas. La pasión, la tienes o no. He conocido a buenos periodistas que parecen estar perpetuamente cansados, sin sangre en las venas. Pero yo prefiero a los otros, aquellos que quieren saber a toda costa e incluso pueden rozar la imprudencia.
-¿Cómo se gana la confianza de los entrevistados?
-Por la lectura de los libros. No hay otra. Eso es fundamental. Nunca ningún escritor me pilló en flagrante delito de no haberle leído o de hacerlo rápido.
-Usted iba más allá y lograba confesiones y momentos muy especiales. Estoy pensando en Marguerite Duras hablando con naturalidad de su alcoholismo.
-Nunca me aventuré en la vida privada del autor si este no había dado pie con sus entrevistas o hablado de ello en sus libros.
-En el caso de Simenon fue un poco más lejos.
-Sí. Me atreví porque me llevaron sus palabras. Él mismo se me abrió explicando los detalles sórdidos del suicidio de su hija Marie-Jo, me puso incluso un magnetófono con la voz de Marie-Jo haciéndole declaraciones amorosas. Me quedé muy impactado al oírlo y como para detener aquel chorro de confesiones le espeté: «¿Quien me está hablando es el padre o el comisario Maigret?» Acusó el golpe. Lo sentí mucho.
-Usted ha caminado entre gigantes de la literatura que ya no están. ¿Qué es lo que siente?
-Que he tenido suerte. Pero podría pensar que desgraciadamente se me escaparon Voltaire, Rousseau o Diderot. Llegué tarde.
-Pero ahora ya no existen en la cultura francesa aquellos grandes tó-tems de los años 60 y 70.
-Tenemos dos Nobel, como Modiano y Le Clézio. Acaba de morir Michel Tournier, que era un grandísimo escritor. A Houllebecq no se le puede comparar con la generación de Camus, Sartre o Mauriac, pero cada generación produce sus escritores.
-¿A qué hay que echarle la culpa de la pérdida de prestigio de la cultura en general?
-No estoy de acuerdo, la cultura no ha perdido prestigio.
-Eso es porque es francés.
-La cultura tiene sus altos y sus bajos, claro está. Pero hablando de Francia, que es el país que conozco, todavía la cultura es algo fundamental. En el fondo, gracias a la educación, la gente es capaz de comprender que la cultura aporta un sentido a la vida. Y además de la evasión, abre un mundo de placeres. H