Seguimos en el terreno de la autoficción, donde la autobiografía encubierta se disfraza de ficción o al revés, donde la fabulación se disimula entre los pliegues de la escritura en primera persona. El yo llegó a la novela actual para quedarse una larga temporada y apabullarnos con su impudor o hundirnos en el tedio con su gesticulación narcisista o autopunitiva. Los cinco y yo, de Antonio Orejudo (Madrid, 1963), no escapa a la epidemia literaria de egos, pero ni nos invade con una retahíla de confesiones de diván ni nos consume de aburrimiento. La ironía, con sus puntas satíricas, y el don narrativo del escritor sacan adelante una novela de planteamiento original: encargado de la presentación del libro apócrifo After Five de su amigo real Rafael Reig, Orejudo, que se describe como un escritor en horas bajas, emprende un viaje a la memoria de su infancia en los 60, cuando leía con pasión las historias de los cinco de Enid Blyton.

El libro imaginario de Reig sobre la serie juvenil es la apoyatura en la que levanta Orejudo una narración autobiográfica a rachas que es no solo la suya sino, en buena medida, la de una generación, la de los baby boomers del desarrollismo. Con maestría e ingenio, va enhebrando los comentarios sobre el texto del amigo con la evocación anecdótica del tiempo pretérito. Los primeros escarceos eróticos, los años estudiantiles en la edad del pavo literaria, el derrotero profesional en una universidad crecientemente trivializada (atención a las excursiones escenográficas con los alumnos de máster por Almería), incluso la vida de pareja y despareja, todo se cuenta con levedad y gracia narrativa nada comunes. Las referencias a las aventuras de los cinco salpican el relato como si sugirieran que el devenir vital de aquellos chavales estaba predeterminado por las andanzas de los hermanos Julián, Dick y Ana, su prima Jorge (Georgina) y el perro Tim. Orejudo compone una novela que disfrutarán especialmente quienes fueron lectores de Blyton y añoran aquel mundo de misterios resolubles.