Explicar una novela de Enrique Vila-Matas. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo relatar sus innumerables recovecos, digresiones, citas (reales o inventadas), autores y teorías? Por ejemplo, la recién aparecida Mac y su contratiempo (Seix Barral) se resiste a ser reducida a un eslogan. Corre por ahí por solapas y anuncios que es la más divertida de sus suyas y, sí, es divertida, con el típico humor vilamatiano —«impávido», diría Ignacio Martínez de Pisón—, pero quien se quede en la superficie se perderá uno de sus libros más serios. ¿Y de qué va? Tampoco es sencillo. Básicamente, va de un tipo un tanto excéntrico, Mac, obsesionado con un vecino escritor y con la novela que este escribió hace 30 años, que Mac se ha dedicado a reescribir y a glosar a base de citas ajenas y de reflexiones.

—Es un libro con una apariencia muy ligera que, en el fondo, encierra cosas muy serias. ¿Está de acuerdo?

—Espero que se entienda así, aunque para muchos lectores puede ser un divertimento y está bien que sea así. Este es un libro mutante —novela, colección de cuentos, ensayo...— que me ha sido muy fácil escribir porque llevo mucho tiempo pensando en él. Se basa en una decisión estilística que tomé al principio de mi carrera, que consistía en hablar desde el espacio del ensayista o, si se prefiere, desde el espacio del poeta, aunque jamás he escrito poesía en sentido estricto.

—Si hay un tema central en el libro es la idea de la repetición como motor de la literatura.

—Bueno, es el gran tema del libro, sí. Pero también se corre el riesgo de que lo banalicen.

—Que digan «Vila-Matas se repite». ¿No le da miedo?

—Claro que me repito, pero a la vez no lo hago. Por eso es muy oportuna la cita de Søren Kierkegaard que dice que el recuerdo y la repetición son el mismo movimiento: uno mira hacia atrás, y el otro, adelante.

—Eso le sirve para hacer aquí una revisión, una especie de manifiesto de toda su obra.

—Sí, como si fuera un juego. Me digo: «Vamos a ver cómo vuelvo a hacer aquella novela que escribí hace 30 años». Y veo que, aunque las diferencias son abismales, sigo siendo el mismo. Mario Levrero, un excelente escritor uruguayo, decía, en paráfrasis, que uno arrastra el pasado, que aquellas situaciones se convierten en una selva enmarañada y que finalmente con el paso de los años uno se da cuenta de que la selva es uno mismo y que no hay salida.

—A usted se le considera el escritor español más original. ¿Entonces, la repetición?

—Podríamos decir que esta es mi novela más original precisamente porque va en contra de la originalidad. No existe la originalidad, todo es transmisión y repetición desde el origen de los tiempos.

—¿En el fondo ha escrito este libro para comprender cosas que no entendía cuando era joven?

—Seguro que sí. Muchos de mis libros los he empezado a captar en su propia intensidad mucho después de haberlos escrito.

—¿Cómo cuál? ¿Historia abreviada de la literatura portátil?

—Y si me apura, La asesina ilustrada, que escribí en 1977, en el que ya se encuentran todos mis componentes. Entonces no lo sabía, pero ahora veo una coherencia extraña, la creación de un mundo con todas sus claves y sus códigos. Y lo mejor para mí es que no es cerrada, sino abierta y está en marcha.

—Y, sin embargo, este tiene el sabor de un final de trayecto. Un libro manifiesto de todas sus novelas y obsesiones.

—Siempre he funcionado así. Buscando el callejón sin salida. En Francia, Anne Serre, la autora de Ponte mesita, ha publicado un libro titulado Voyage avec Vila-Matas, donde me ha transformado en un personaje que la acompaña todo el rato como si fuera un fantasma. En un determinado momento, me llama el «príncipe de la puesta en abismo».

—Es decir, de las historias que hacen temblar el suelo del lector.

—Sí, lo que yo me proponía es hacer creer al lector que se trata de un libro póstumo. Y espero que se entienda así, porque a nadie se le ocurriría acabarlo con la frase: «Acabo de acordarme, por ejemplo, de las coca-colas de cereza».

—¿Es su novela más borgiana?

—Esta es una pregunta kafkiana porque Jorge Luis Borges no escribió nunca una novela.

—Pero sí ha influido en muchas. ¿Es su caso?

—En el sentido de que Borges siempre actúa como crítico dentro de una narración de ficción. En un programa de televisión han decidido que esta novela es una master class literaria, porque se habla de 10 autores en la primera parte y de 10 en la segunda, con sus respectivos estilos.

—¿Qué piensa de su narrador? Es ideal para crear una lógica distorsionada y enloquecida.

—¿Cree que está loco? Yo lo veo como un personaje desvalido, que no hace diferencias entre su vida interior y su vida exterior. Ahora bien, algunos lectores lo encuentran un poco raro.

—Algo rarito sí que es.

—He de decir que me sorprende y que debe de ser porque yo mismo soy raro y no me doy cuenta, porque a él lo encuentro perfectamente normal. Salvo el hecho de que reescribe la novela de su vecino, eso es extraño.

—En su libro vuelve a hablar mucho de cine. Y la película Ciudadano Kane le sirve para hablar de un laberinto que no tiene centro. ¿Eso podría ser su novela?

—Tampoco hay que asustar a los lectores. Mi preocupación es que haya personas que no lo lean entero, porque si no lo hacen se pueden llevar una idea equivocada.

—Siendo un libro que básicamente transcurre en la cabeza de Mac, un barcelonés contagiado por la literatura, es digno de mención un párrafo que parece aludir al presente. «Hay una crisis económica que cada día va peor. La televisión, sin embargo, al estar controlada por el corrupto partido en el poder, anuncia que económicamente todo vuelve a ir bien…».

—Pero no solo en ese párrafo; en el libro hay una presencia progresiva de los indigentes que avanzan en el barrio a la manera de la Ópera de tres peniques de Bertolt Brecht. Y creo que con el tiempo quizá se vea que reproduce de una forma más clara lo que ha pasado en estos tiempos de crisis que una novela realista sobre el tema. Las novelas de Manuel Puig, que aparentemente solo hablan de cine y de cultura popular, reflejan mejor el clima moral de la dictadura argentina que cualquier otra obra que se proponga describir el momento.

—¿Así que en el fondo podríamos decir que ha escrito una novela política?

—También. Durante años he ido describiendo mi posición, no la oculto.