¿Encontraría a Nyoka? Tantas veces se había preguntado Nélida Piñón por aquel personaje de su infancia visto en el cine, cuando se le iban las horas ante la pantalla y su madre acudía a su lado con la comida para que no pasara hambre... Ayer volvió a preguntar por él. "Me parecía una mujer adelantada porque salvaba a todos en las situaciones complicadas, cuando las mujeres no salvaban a nadie". "Busco desde entonces saber quién era esa mujer. ¿La conocen ustedes?", preguntó. Pero nadie supo contestar.

Esta es una de las historias que la escritora brasileña, Premio Príncipe de Asturias de las Letras del 2005, contó ayer, algo resfriada, en Cáceres, donde hoy inaugura el Congreso Nacional de la Lectura, que reúne durante tres días a escritores, periodistas y expertos en el libro. Entre otros, intervendrán hoy Alberto Manguel, Luis Landero, Gustavo Martín Garzo y José Antonio Marina.

Nélida Piñón (Río de Janeiro, 1937), autora de libros como La república de los sueños , El pan de cada día o Voces del desierto , habla como si contara, y ese contar lo ha convertido en una aventura, la de alguien que disponía de una cuenta en la librería Simón Oliveira, en Río, de la que cada semana recogía libros. "Yo los iba tocando como si auscultara los ruidos que salían de ellos". La cuenta se la había abierto su padre, un gallego emigrante en Brasil al que en numerosas ocasiones había visto con un libro en las manos, así que ahí empezó a forjarse como lectora y más tarde como escritora, cuya biografía, dispersa en varios países, donde ha ejercido la docencia, es difícil de resumir en pocas líneas.

A los libros entró con libertad: "Mis padres eran liberales y nunca me dijeron "tienes que leer esto o lo otro"". Libros infantiles, libros de aventuras, libros de autores clásicos. ("A los once años leí Romeo y Julieta, pero no me gustó"). En ellos encontró un ideal físico: ser alguien que pudiera viajar constantemente y no dormir ninguna noche bajo el mismo techo.

"Para mí, --dice-- la literatura encarnaba la aventura: del espíritu, del pensamiento, de la quiebra del tiempo". Entonces, "una escribe para descubrir algo, para palpar lo invisible y convertirlo en tangible o andar caminos no recorridos".

Estudió periodismo ("siempre he sido gran lectora de periódicos y leo cuatro o cinco diarios") en Brasil primero y en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, después. "Pensé que el periodismo me traería un toque real, cotidiano a lo que escribía". Pero su auténtica pasión era la literatura.

En el interior de Nélida Piñón hay una émula de Sherezade, la narradora de Las mil y una noches . "Nunca imaginé que pudiera serlo, pero sí que pudiera entender las arterias de Sherezade y así disponer del arte de narrar, de la fabulación". Y con esta capacidad, no hay que buscar lejos las historias de sus libros. "Están cerca de ti, en tu baúl personal, y uno puede sacarlas como si fueran los siete velos de Salomé.".

Respuestas

En cada respuesta de la escritora viaja una imagen, una metáfora con la que compone su discurso. Así, de nuevo, el del poder de la lectura, que comprendió a partir de las historias del alemán Karl May, cuyos relatos sobre el oeste americano sorprendían porque nunca viajó a Estados Unidos.

Piñón lo leía ávidamente y cuenta el instante en que los dos personajes más famosos de May, Old Shatterhand y el indio apache Winnetou, cabalgan persiguiendo a un grupo y para seguir el rastro. Entonces Winnetou desciende de su grupa y pone la oreja en la tierra, y empieza a enumerar cuántos componentes tiene el grupo, qué clase de caballos llevan y cómo uno de los perseguidos es manco. La lectora Piñón se encontraba atrapada en aquel inexplicable misterio de adivinaciones. Y eso, viene a decir, es la literatura. "Suspender la duda y embarcarle a uno en el interior de un libro".

La escritora ve hoy "un gran abandono de la lectura en los jóvenes. Y esto se nota en la manera en que hablan, utilizando palabras-paraguas que se aplican para todo, y cuando esto ocurre los pensamientos acaban debajo de la alfombra".

No se dan cuenta, les dice, de que con las palabras se puede enamorar, definir todo, aunque a veces se vuelvan "volubles y frívolas".

No importa; deberíamos, termina la escritora, regresar a casa por las noches como los franceses que llevaban al final del día una barra de pan para la cena: con una historia, con una frase.