«Yo siempre miro adelante y trato de innovar, en parte porque esta profesión es tan competitiva que a veces es inevitable sentir que solo vales lo que vale tu última película». Pese a sus propias palabras, para determinar el auténtico valor de José Luis Alcaine conviene hacer inventario. A lo largo de 50 años de carrera como director de fotografía ha rodado unos 150 títulos en diferentes formatos, y ha obtenido cinco premios Goya sobre 17 nominaciones que forman parte de una larguísima lista de galardones (Premio Nacional de Cinematografía en 1989, Premio del Cine Europeo en el 2006, Premio Vulcain del Festival de Cannes y Medalla de Oro de la Academia Española de Cine en el 2011) a los que ahora se suma la estatuilla honorífica que le acaba de conceder el Festival de Locarno.

«Se trata de modelar la luz como si fuese una escultura y adaptarse en todo momento a las circunstancias», explica el cinematógrafo acerca de su método. «Si planeas la fotografía de una película en base a lo que está escrito en el guion, la imagen carecerá de vida. Como decía John Ford, generalmente los grandes hallazgos de una película son fruto de los imprevistos que suceden durante el rodaje».

A partir de esa máxima, ha contribuido de forma instrumental a definir el look del cine español de las últimas décadas, convirtiendo en imágenes las visiones de autores como Víctor Erice -en El sur (1983)-, José Luis García Sánchez -en La corte del faraón (1985)-, Fernando Fernán-Gómez -en El viaje a ninguna parte (1986)- y Fernando Trueba -en Belle Epoque (1992)-; a través de sus 12 colaboraciones con Vicente Aranda, de la Trilogía Ibérica que rodó con Bigas Luna y, sobre todo, de sus seis películas junto a Pedro Almodóvar.

El objetivo que da cohesión a esa filmografía, asegura, es «la búsqueda de una imagen creíble, que trabaje al servicio de la historia para transmitir emoción, y que no trate de llamar la atención sobre sí misma. Hay mucha gente que piensa que todo lo que necesita una película para tener una buena fotografía son un par de amaneceres y atardeceres, pero no es cierto». Eso explica, añade, que siempre se haya entendido mejor con aquellos cineastas que tienen «una gran preocupación estética, como Erice y Almodóvar».

Su relación con el director manchego, asegura, ha experimentado una evolución profunda a lo largo de dos décadas. No guarda buen recuerdo de su trabajo en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988): «Me molesta incluso que me feliciten por él, porque yo jamás habría fotografiado la película de esa manera. Hice lo que el guion pedía, pero el resultado me parece casi detestable». Para cuando rodaron juntos La piel que habito (2011), su relación era del todo distinta. «Apenas tuvimos que decirnos nada, y me dio una libertad absoluta».

Mirar a los ojos

A los 78 años, Alcaine no descansa. Mientras espera el inicio del rodaje del drama Todos lo saben, en el que Javier Bardem y Penélope Cruz se pondrán a las órdenes del iraní Asghar Farhadi, ultima la filmación del thriller Domino, su segunda colaboración con Brian De Palma. «Cuando trabajé con Brian en Passion (2012) le pregunté: ‘¿Por qué me has llamado a mí?’», recuerda. «Me dijo que lo que le gusta de mí es el modo en que enfatizo la belleza de las actrices». Alcaine nació en Tánger y creció viendo cine de los 40 y 50 en el cineclub que su padre regentaba. «Esas películas hacían a sus intérpretes femeninas parecer diosas, salías del cine enamorado de ellas». Y esa experiencia de juventud ha marcado toda su carrera. «Me obsesiona capturar su mirada, porque en ella se concentra la emotividad de la historia».

Sus principales referentes, en todo caso, siempre han estado sobre todo en los lienzos; los de Caravaggio, de Tiziano, de Velázquez, de Rembrandt. «Cuando yo empecé a hacer cine, apenas había ejemplos de imágenes en color ni en la televisión ni en la fotografía, así que mis referentes siempre fueron pictóricos. Habría dado lo que fuera a cambio del talento necesario para ser pintor». En ese sentido, lamenta que el cine actual haya desviado la atención hacia otras fuentes de inspiración. «Hoy en día la mayoría de los directores se fijan en la publicidad y el videoclip, o están exclusivamente interesados en homenajear visualmente aquellas películas que aman. Eso hace que la imagen haya dejado de cumplir la que en realidad es su función esencial: emocionar».