Esther Tusquets llega puntualísima. Una también (no es cuestión de empezar con mal pie) porque uno de esos pequeños delitos abominables que dan título a su nuevo libro, publicado por Ediciones B e ilustrado por Finn Campbell Notman, es la impuntualidad. Tras sus memorias, volcadas en Habíamos ganado la guerra y Confesiones de una vieja dama indigna (Bruguera), la editora y escritora desgrana jugosas anécdotas personales con las que más de uno se identificará (ya sea por ser culpable de esos delitos, ya sea por no soportarlos) y las convierte en un atípico manual de buenas maneras con el que espera que "la gente sea amable porque eso hace la vida mucho más agradable". Es tan fácil como "dar las gracias", "saludar con una sonrisa en lugar de con un gruñido" o ser menos egoísta.

--En el libro se propone empezar a ser impuntual, a mentir y a salir a la calle sin dinero. ¿Cómo le va?

--Lo de no llevar dinero lo hice unos días como experimento y vi que ahorraba muchísimo- Estoy acostumbrada a ser puntual y si intento llegar tarde no lo consigo. Y lo de mentir, es muy difícil, miento fatal, se me nota. Da mucha pereza porque todo ha de ligar y debes acordarte de lo que has dicho. En cosas importantes, como hablar de la obra de alguien, es mejor decir la verdad, aunque me ha costado perder autores, porque los escritores son de una susceptibilidad que lo supera todo.

--El manual no gustará a los taxistas.

--Cuando entras en un taxi y dices hola y no te contestan. Y vuelves a saludar y no contestan... se me comen los diablos. A veces te encuentras con taxistas que son amables pero muchos gritan y dicen obscenidades. Luego están los camareros que no te ven aunque des palmadas. Para ellos soy una invisible nata.

--No es muy políticamente correcta.

--Eso viene con la edad, a mi edad dices lo que te parece. Ser viejo es horrible pero es muy descansado no tener que demostrar nada ni fingir.

--Tiene 74 años. A ratos se pone seria y reflexiona sobre la vejez.

--La vejez me ha sorprendido. Es mucho peor de lo que creía. Siempre he sabido que me iba a morir y pensaba en la muerte, pero no me veía a mí de vieja. Es una experiencia dura.

--¿Qué le resulta más duro?

--Dos cosas. Una, la muerte de gente a la que amaba. Repaso la agenda y faltan muchos, Barral, Gil de Biedma, Hortelano, Aldecoa, Martín Gaite... La otra cosa es la limitación. Ahora tienes que medir tus fuerzas.

--¿Eso le hace pensar en la muerte?

--Hace poco estuve a punto de morir y descubrí que no me importaba nada. Me sentí fantástica. Fue tras romperme el fémur, me hicieron un diagnóstico equivocado, fue horroroso para más detalles, ver libro. Al volver a casa todos me decían que tenía una depresión y resulta que era una neumonía que casi me mata. Y mis dos perras, que están siempre pegadas a mí y duermen en mi cama, de repente huían de mí, igual que cuando se les murió la madre. Me dio una mala espina...

--¿Qué pecados la irritan más?

--Me irrita la gente que en el restaurante en una carta de 800 platos pide siempre el que no hay o quiere el primero con la salsa del quinto. O la que siempre tiene frío y te obliga a morirte de calor. Pero los delitos realmente graves son la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, el no ayudar a la gente en apuros, el racismo, o los ricos, que mientras hay gente que ahora lo está pasando muy mal, se lamentan y quejan por tener que pagar herencias o impuestos. Es mezquino.

--En esta era de prohibiciones, ¿dónde están los límites?

--Se han rebasado hace mucho. Las libertades individuales han sido muy recortadas, y por gobiernos de izquierdas. El ejemplo más claro, el del tabaco. Estoy de acuerdo en que es malo para la salud, que mata, pero de ahí a que se regodeen al decirte: "aquí no puedes fumar"..

--¿La libertad de uno llega hasta donde la de los demás?

--Hace falta tolerancia. Mis hijos dejaron un papel en los buzones avisando a los vecinos de que harían una fiesta en Nochevieja y luego estos llamaron a la policía por el ruido. Fue miserable. Falta sensibilidad hacia los demás, da rabia que otros disfruten, el placer ajeno está mal visto. No entiendo esa manía contra la juventud, es envidia. Hay jóvenes encantadores. Un día que salí tardísimo del bingo y sin dinero un grupo de jóvenes me llevó al hotel, incluso me decían no debería usted jugar Si les legamos un mundo que es una porquería, ¿cómo van a ilusionarse? ¿A qué vas a votar con ilusión? Hay que ser medio memo para votar con ilusión si eres de izquierdas. Ahí yo tengo un problema de demonios.

--Prepara un libro con su hermano.

--Es sobre nuestros primeros 20 años años y juro que será mi último libro de memorias. Luego volveré a la novela. Oscar dice que debería ser como las memorias de Ingmar Bergman, que contaba que intentó matar a su hermanita por celos.

--Si es así, promete.

--Una leyenda familiar dice que yo quise vender a mi hermano por una peseta y él, en un homenaje, dijo que de pequeño me odiaba...