Chema Madoz (Madrid, 1958) se colgaba la cámara al hombro, salía a la calle y se lanzaba a buscar fotografías. Durante numerosas salidas fue dándose cuenta de que las imágenes que le interesaban no se encontraban a su alrededor, sino dentro de sí mismo. En ese proceso fue construyéndolas hasta que adquirieron entidad y la cámara pudo captarlas.

"No era una novedad entonces", cuenta el fotógrafo madrileño, "pero sí menos usual de lo que se hacía. Fue un tiempo de búsqueda de un lenguaje que me llevó unos años".

Eran los años ochenta. El era empleado de banca y había empezado a realizar cursos de fotografía y estudiar historia del arte. Su primera exposición individual data de 1985 y en años posteriores daría a conocer su obra a través de galerías españolas fundamentalmente.

UNA GOTA DE AGUA En 1998, el Centro Galego de Arte Contemporáneo le dedica una muestra. Y en el 2000, la primera retrospectiva en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que consagró al fotógrafo. Ese mismo año recibió el Premio Nacional de Fotografía. Y entre el 2000 y el 2005, una parte del material que resume el periodo se agrupó en la exposición que conllevaba el citado premio.

El centro San Jorge de Cáceres acoge ahora esa muestra compuesta por unas setenta imágenes (algo menos que en la exposición original) que definen un estilo propio capaz de transformar la realidad a través de objetos: una gota de agua observada como un puzzle, un peón de ajedrez visto como un caracol en el centro del tablero, unos discos de vinilos empleados como platillos de una batería... "Resume una manera de entender la fotografía y cómo fue cambiando en ese periodo, por ejemplo en la forma de acercarse a esos objetos, de manera que fui utilizando algunos ausentes en mis anteriores fotografías, como los cantos rodados o las plantas", explica el fotógrafo a este diario en una entrevista.

La singularidad de sus imágenes las hace reconocibles a primera vista. Pueden verse como poemas gráficos o, como señala el comisario de la muestra, Borja Casani, como una especie de greguerías, es decir, como juegos con las imágenes que se componen para mostrar nuevas imágenes. Así, el fondo de un taza de café aparece como el sumidero de un lavabo o una ducha.

"Pero en las greguerías de Ramón Gómez de la Serna --puntualiza Chema Madoz-- la mirada es más caudalosa. El escribió miles de greguerías, mientras que en mi caso tiendo a la condensación".

En otro momento, cita Madoz el ejemplo de los haikus, esa composición japonesa de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas cada uno, que plasman una imagen indeleble. "Así como juegan con la idea de cambiar la percepción de la realidad con los mínimos elementos, procedo yo".

TERRITORIO ATRACTIVO Para ello, a veces construye sus imágenes como esculturas, de manera que cabrían dos obras en una. "La foto actúa en esas ocasiones para registrar lo que he elaborado. Pero la propia imagen es en sí un territorio más atractivo porque el objeto pierde inmediatez y añade otros elementos, como el contraste de tamaños, de luz...".

Una de las cualidades de sus fotografías es la sorpresa. De entrada, una sorpresa primaria (el primer plano de una cuchara a punto de recibir un chorro de líquido plateado que es en realidad el mango de otra cuchara). Y enseguida otra sorpresa al descubrir los aspectos inéditos que revelan las imágenes. El propio fotógrafo no se da de bruces con esa "sorpresa gratuita que se agota en sí misma", porque para llegar a la imagen ha trabajado un tiempo y su resultado le es conocido. "Es otra sorpresa. Por decirlo con un tópico: la de hacer visible lo invisible".

En ninguna de esas fotografías aparecen personas. Llamó la atención en su momento sin que el propio fotógrafo fuera consciente de ello, "porque estamos acostumbrados a que en las fotografías aparezcan personas, pero hay veinte mil maneras distintas de hacer fotografías, como los bodegones o las de naturaleza. Yo me di cuenta de esa ausencia humana cuando me lo empezaron a advertir. Pero trabajo con objetos que utilizan las personas, así que, en un sentido, mis imágenes también hablan de ellas, de sus sueños, de sus ambiciones....".

ELEMENTOS REDUCIDOS ¿No se siente preso de ese estilo? "No". Tener este estilo, "te permite entrar en un mundo determinado, y uno es consciente de ello. Trabajas con elementos reducidos, pero dentro de ellos, por ejemplo, uno mira una gota de agua y aparentemente es esa gota, pero si se acerca como si fuera un microscopio, entonces se abren posibilidades fascinantes. Lo que me guía es hacer una imagen que me sorprenda o ser consciente de algo que intento hallar".

De modo que, por decirlo así, más morandiano que picassiano (más en apariencia repetitivo que cambiante), Chema Madoz señala que tanto uno como otro son válidos. "Morandi es más sutil en cada una de sus imágenes; pero bueno, son maneras distintas".

Entre otras fidelidades, el fotógrafo madrileño mantiene dos de modo inflexible, pero nada fanáticas. Una es la persistencia del blanco y negro en su obra. No hay rastros del color, hoy, en que las posibilidades de sus gamas están siendo explotadas a conciencia.

Ello responde a la propia concepción creativa de Madoz, trabajar con los mínimos elementos posibles (aquí al menos con dos: blanco y negro).

La otra fidelidad es a una cámara Hasselblad, una marca de élite en la fotografía. Tuvo otras, pero esta es la que mantiene desde hace años. No se vea en ello ningún tipo de fetichismo, aunque "con el tiempo, los objetos se cargan de cierto afecto porque has hecho un largo recorrido con ellos". Pero básicamente su relación con la cámara es técnica.

"No me ha dado problemas y tenía la mejor calidad posible". También en su momento fue asequible económicamente "porque era de segunda mano".

Así ha ido construyendo sus imágenes, que interrogan, que hacen dudar de la percepción de lo que vemos, y en las que el engaño , el truco del mago Madoz, está a la vista del espectador.