Santiago Calatrava (autor del puente Lusitania de Mérida) vive en la actualidad inmerso en la urbe neoyorquina. Una de las razones es el proyecto de la terminal de transportes que ha diseñado para la zona de Manhattan destruida por los atentados del 11-S. Pero no es la única.

Calatrava --a quien el MoMA dedicó una exposición hace 15 años y el Metropolitan brindó la primera exhibición a un arquitecto en activo-- prepara una nueva universidad para el estado de Florida, además de siete escenografías para el ballet del Metropolitan Opera de Nueva York, que celebra los 50 años del Lincoln Center, uno de los mayores centros de arte del mundo.

--¿Cómo va la construcción de la terminal de transportes?--Bien, avanzando. Estamos trabajando en un proyecto muy complejo en el que confluyen cantidad de exigencias procedentes de los edificios vecinos, del metro, de los ferrocarriles. También hay que tener en cuenta la seguridad, que es muy importante en este lugar, y ha obligado a algunas modificaciones. Es un proyecto enorme y lleno de aspectos técnicos muy exigentes que necesitan su tiempo. Pero las obras van adelante sin demora.

--¿Qué supondrá para Nueva York?--La zona cero es un sitio enormemente significativo desde el punto de vista emocional porque recuerda una tragedia en la historia de la ciudad que se sigue sintiendo. En la mente de todas las personas está todavía presente el colapso de las Torres Gemelas. Por otra parte, y desde el punto de vista técnico, significa dotarse de una infraestructura de transporte importante que conectará el downtown con el resto del país, a través de los trenes y de las diferentes líneas de metro. Un servicio similar al que ofrece la estación central de Nueva York.

--¿Y para usted?--Para mí es un trabajo muy exigente que ha requerido mi continua vigilancia y seguimiento durante cinco años, y seguirá haciéndolo durante los próximos. Probablemente es uno de los proyectos más difíciles desde el punto de vista técnico, sobre todo porque no es nada fácil construir en ese sitio y más aún con la complejidad que se está haciendo. No hay que olvidar que Manhattan es una isla, las obras están cerca del mar y, además, se están llevando a cabo otras construcciones de gran envergadura. La confluencia de los diferentes frentes requiere estar pendiente del proyecto diariamente.

--¿Saturado?--No, me siento muy bien, además tengo el hábito de trabajar en proyectos de este tipo, que requieren años, paciencia, perseverancia y estar al pie de la construcción para seguir diariamente todos los problemas.

--¿Es su momento americano?--No. Yo vine a este país cuando tenía 28 años a estudiar y desde entonces lo conozco bastante bien. Mi familia y yo teníamos una casa en Nueva York, en la que hemos vivido largas temporadas antes de instalarnos permanentemente. Es un país muy familiar para mí. Mis tres hijos han estudiado en la Universidad de Columbia.

--¿Se siente nómada?--Yo concibo mi profesión como un arte. Del mismo modo que un pintor pinta un cuadro, yo voy haciendo trabajos que me obligan a ir de un sitio a otro. Viví en Francia 12 años y allí dejé tres proyectos. Son etapas que me han aportado mucha experiencia. Pero residir en Nueva York es como vivir en el París de cambio del siglo XIX al XX. Es una comparación difícil de entender, pero que creo que la comprenderán quienes conocen la historia del arte. Aquí lo que te gusta y lo que no es nuestro tiempo. En Europa tenemos referencias al gótico, al románico. En cambio, esta ciudad es tremenda y entrañablemente nosotros mismos. Son las películas de Woody Allen, las pinturas de Alex Katz, las esculturas de Frank Stella, de Shapiro y de otros artistas que viven y trabajan aquí.

--Arquitecto, artista, escultor, ingeniero...--Y para complicarlo más, ahora estoy haciendo varias escenografías para el ballet del Metropolitan de Nueva York que se estrenará el 4 de mayo, y estoy disfrutando mucho. Me resulta apasionante y enriquecedor volcar mi experiencia en otros ámbitos del arte, como son la expresión corporal y la música, temas que siempre están presentes en mis obras. En el fondo, uno vive la vida como una aventura. Vivo donde me lleva mi trabajo, conociendo a personas que hacen cosas interesantes y que me aportan pasión y vida. Es un gran intercambio. Además, a los ballets los llaman la arquitectura de la danza. Me parece una maravilla que la gente de la danza se interese por la arquitectura, y convenza a alguien como yo para hacer varias escenografías.

--Estará usted en su salsa.--(Sonríe) La verdad es que sí. Aunque últimamente también estoy interesado en los toros, un animal bellísimo, mediterráneo, que me atrae mucho, y en los árboles. Creo que hay que ser aperturista y vivir estas cosas con un sentido abierto porque la vida es estupenda si se mira sin prejuicios.

--¿Sigue persiguiendo la unión de arte y ciencia?--Una gran palanca de renovación es la tecnología y la técnica cambiante con nuevos materiales o soluciones para afrontar problemas. Es una plataforma que me gusta utilizar para expresarme.

--Su obra despierta grandes pasiones. Le aman y le consideran un genio, o lo detestan y lo califican de fallero.--Las Fallas me parecen una fiesta maravillosa, y me siento muy orgulloso de ellas porque las he vivido desde pequeño. He pasado 20 años trabajando en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, y ha sido un privilegio enorme para mí participar en la renovación y el renacimiento de una parte de Valencia. Es una de las piedras angulares de mi trabajo. Por eso le digo que no hay que perderse en ese tipo de criticas. No tienen importancia.