Estrella Morente apenas habla. Saluda a los cuarenta minutos del concierto que ofreció el viernes en el Auditorio de Cáceres. Ese saludo convencional de buenas noches, de entrega rendida al público que proclaman los artistas para que éste se sienta acompañado. Dijo: "Vamos a entregaros todo lo que tenemos". Pero ese todo era ya casi el final de su actuación, cuando parecía que entonces el concierto debía empezar en serio y era el cierre, un cierre festivo, como todos los cierres flamencos.

Era el segundo intento de concierto en Extremadura (ahora ya cumplido) de alguien que hace un par de años desató cierta histeria en el flamenco con Mi cante y un poema , su primer disco. Un trabajo tan meditado, tan poco complaciente, que a la vez que deslumbró desconcertó. Estrella Morente se mostraba tan tradicional como actual: no había florituras disonantes, de esas que enfadan a algunos de los llamados puristas y a la vez envuelven a los que reclaman más prisas (más prisas flamencas por innovar se entiende).

CONCIERTO COMPLETO El concierto de Cáceres tuvo algo de esto: de lo antiguo y de lo moderno; pero de lo moderno en un sentido complaciente. Estrella Morente empezó con la tradición (alegrías, soleares, tientos y el lorquiano Anda jaleo ), se ausentó, regresó, habló por fin (pero no presentó a sus músicos, formidables guitarristas, a sus palmeros, a sus coros: tan protagonistas como ella de esta actuación) y enfiló el fin de fiesta para el público. Hasta en Moguer (el poema de Juan Ramón Jiménez, al que Enrique Morente le puso música de bulerías en Mi cante y un poema ), colocó la palabra Cáceres en esa enumeración de destinos de ciudades que el poeta andaluz se echó a las espaldas durante toda su vida, aunque Cáceres no fuera uno de ellos. Pero lo era de Estrella Morente en este concierto algo convencional, y sin embargo significativo de las posibilidades de una artista como ella, tan evidentes en los cantes finales (en los tangos de En lo alto del cerro ) que uno pensaba eso: ahora debería empezar el concierto.

Había recuperado algo de su voz. La voz. En un sentido parecía más flamenca (rota, rasgada, tal vez algo resentida de actuaciones recientes) y menos suya, menos suave, menos capaz de llegar a los registros más íntimos y más capaz del desgarro, del grito: más festiva, más, si puede decirse así, de concierto. Y esto es lo que uno le echaría en falta, que ella cantara para el público y no para sí misma. Que fuera hacia el público y no al revés, que éste la encontrara en ese lugar donde no hace falta forzar los cantes, ni acudir al virtuosismo. Pero este era el concierto de Estrella Morente en Cáceres. Y era para Cáceres: un compendio de ella misma y de su procedencia: es la hija de Enrique Morente (sin el que no se entiende el flamenco de hoy y del futuro) y su padre acudió en algunos momentos de la actuación: en el intermedio de guitarras, donde se escucharon algunas de sus melodías y en algunos de los tangos que su hija interpretó.

MOMENTO ALGIDO Con el público entusiasta, la artista granadina hizo gestos (toreros, salidas rápidas y lentas del escenario, bailes mínimos y eficaces) con el fondo azulado o blanco, según la iluminación de un muro en cuyo extremo alumbraba una luna, la pequeña escenografía (era suficiente) de esa noche festiva que, sin embargo (uno no olvida sus 23 años, si se piensa en los comienzos de tantos artistas, y su fulgurante trayectoria: dos discos tan hermosos como los que ha publicado, y un tercero en el que trabaja ya), dejó el impulso de una artista que va a ser la gran cantaora (si no lo es ya) de los próximos años.