´El hombre almohada´, espectáculo de la compañía extremeña Teatro del Noctámbulo se ha representado durante diez días en el Circulo de Bellas Artes de Madrid con total éxito artístico y de público.

Texto del angloirlandés Martin McDonagh es una gran metáfora sobre la realidad y el horror, la ilusión y la existencia de un escritor detenido por dos enigmáticos y brutales policías debido a que el contenido de sus creaciones literarias se relaciona con crímenes de niños. Aunque el personaje es inocente y hay sospechas de que su hermano mayor -un disminuido psíquico en el que los cuentos infantiles influyen de la peor forma- ha cometido los asesinatos, los interrogatorios incesantes de los policías revelarán los episodios siniestros de otras realidades ocultas en los traumas -originarios de padres que maltratan- y conflictos más profundos del ser humano.

´El hombre almohada´ lleva a extremo el artificio teatral de una historia bien contada. Una historia que no actúa con las limitaciones de lo verosímil, sino que hace suyas incluso las contradicciones para ser más expresiva e impactante. Una historia que se articula escénicamente en muchos planos de espectaculares rompimientos, progresivos y muy originales. Una historia que desarrolla una vertiente intensa del teatro de la crueldad en el sentido de Artaud, Genet, Pinter, pero marcada también por el humor negro de Joe Orton. En definitiva, una joya de historia que intriga, conmueve, produce risa, miedo, asombro, ternura y mucho revulsivo.

Excelente ejercicio de dirección del hispanoirlandés Denis Rafter tratando de elevar las variadas e imaginativas coordenadas estéticas propuestas en el texto. Logra una puesta en escena expresada con elementos de una poética que pertenece a la norma culta del género del teatro duro, vibrante, terrible, que acusa la inequívoca presencia de atmósferas dirigidas equilibradamente a los sentidos y a la razón del espectador.

Encuentra en la técnica ´pirandeliana´ --del teatro en el teatro-- el rasgo distanciador que asume la magia de los giros en el tiempo y en el espacio, con recursos visuales donde hay hálito creador. Los cuentos -algunos de los cuales son escenificados en una pantalla onírica del cine mudo- impresionan por los atroces maltratos y muertes sangrientas infligidas a niños y que adquieren un carácter marcadamente denunciatorio.

Excelente también todas las actuaciones. José Vicente Moirón (Katurian, el escritor) exhibe un manantial insuperable de expresividad oral y corporal para lograr en todo momento esa entidad psicológica de su vulnerable y atormentado personaje, echándole el alma en las escenas tensas --los interrogatorios de los policías-- que producen sobrecogimiento, y en las escenas emotivas --las narraciones con el hermano rememorando detalles de su niñez-- trasmitidas como un pálpito arrasador lleno de ternura y humanidad. En otro plano, impregnado de lirismo, con seguridad y claridad en la modulación y extensión vocal logra elevar su interpretación a cotas más altas, descubriéndose como un cuentacuentos prodigioso.

Componen bien sus tipos de policías Javier Magariño (Tupolski, perspicaz y carismático), y Gabriel Moreno (Ariel, contumaz y rabioso), dando un buen trabajo orgánico a la hora de imprimir la fuerza dramática de sus escenas.

En otro plano, en la pantalla de cine mudo, ambos actores se desdoblan en los personajes del padre y la madre de Katurian y Michal, complementando interpretaciones vibrantes en imágenes intensas de intriga y horror. L. Mariano López (Michal), impecable de matización gestual y compostura del personaje, da vida al hermano retrasado de Katurian, un hombre aparentemente indefenso, con el comportamiento de un niño. Y Lourdes Gallardo (niño/a) se destaca por su espléndida caracterización física (favorecida por el vestuario de Maite Alvarez y el maquillaje de Pepa Casado).