Un pensador siempre en la trinchera, aunque esta mude a medida que cambia el enemigo. Catedrático de Etica recién jubilado y prolífico autor de novelas y ensayos, se define como un "filósofo de compañía", al modo francés. Su enseña, la defensa de la ética voluntaria del individuo, en la que fundamenta tanto su antinacionalismo como su anticlericalismo. El último premio Planeta reflexiona, en el trayecto del AVE entre Zaragoza y Madrid sobre su obra y su gran inquietud política: la espiral reivindicativa del nacionalismo identitario. Un intelectual sin pelos en la lengua... común.

--En primer lugar, enhorabuena por el Premio Planeta, y también por no ambientar su novela en la guerra civil.

--Ni en la guerra civil, ni en catedrales... No me parece mal que se siga novelando sobre la guerra civil, pero con conocimiento de causa.

--También se ha fabulado, en pretendidos ensayos, sobre el detonante del alzamiento de 1936. ¿Hay un intento de reescribir la historia?

--Son los historiadores los que pueden hacerlo, más que los legisladores con una ley de memoria histórica. Pero en efecto, hay cierta cacofonía, y oportunistas que venden leyendas fantásticas como si fueran ciertas. Benito Croce decía que toda la historia es historia contemporánea. Desde la óptica del presente, no hay una visión objetiva de la historia.

--Ambienta La hermandad de la buena suerte en las carreras de caballos. ¿Necesitaba evadirse usted, o evadir al lector, de la realidad que nos rodea?

--La novela de evasión tiene una cierta mala fama. Tolkien decía que hay dos tipos de evasión: la del que huye del enemigo abandonando la trinchera y la del que escapa de la cárcel donde le ha metido el tirano. Mi novela es de evasión en este segundo sentido: libera de la cárcel de una actualidad impuesta y coactiva, de ese realismo sórdido tan común en nuestra literatura, a través de una realidad que conozco bien, que es la de las carreras de caballos.

--Como profesor de filosofía, ¿entiende la vieja contraposición entre ética y religión, durante muchos años asignaturas optativas en el bachillerato?

--No lo entiendo yo ni nadie. Se trataba de superar el peso de la enseñanza de religión en el franquismo, aunque sin forzar las cosas. Pero no tiene sentido: una persona debe estudiar ética sea religiosa o no. Ahora la oposición cerril del clero a la asignatura de Educación para Ciudadanía se debe a eso: como ya no es optativa, los obispos la han convertido en casus belli .

--Y, sin embargo, el peso de las religiones en nuestra civilización apenas se enseña en las aulas...

--Debería hacerse, pero no por un obispo o un rabino, igual que la biología no las pueden impartir los escarabajos porque están muy implicados en el asunto.

--Quienes critican la asignatura de Educación para la Ciudadanía censuran también los contenidos. ¿Hay excesos en los libros de texto?

--El temario es bastante razonable, pero sí, hay textos infumables. El Ministerio de Educación debería poder dar el nihil obstat , recomendar unos libros y no otros para dar más garantías.

--Aunque la aconfesionalidad del Estado figura en la Constitución, la Iglesia conserva una fuerte presencia en la vida pública. En estos 30 años se ha avanzado poquito...

--Poquito, porque se mantiene el concordato con la Santa Sede. Lo consecuente sería revisarlo y anularlo en lo fundamental. Se hacen muchos aspavientos laicos, pero se ha cambiado poco.

--Más cambios ha experimentado España con el proceso autonómico. ¿Virtudes y defectos?

--Las autonomías pretendían resolver el pujo separatista que padece España desde el siglo XVIII, que nació, con el carlismo, como separatismo españolista. La amenaza a la modernización, el liberalismo y la democracia siempre vino de esa disgregación separatista, y de hecho la traición nacionalista de Companys y compañía fue la causa fundamental del hundimiento de la República. Lo que pasa es que luego llegó Franco con los tanques y lo arrasó todo. En fin, la Constitución reconoció unas peculiaridades, confusamente llamadas identidades, de forma tan imprecisa que se presta al crecimiento cancerígeno de las reivindicaciones nacionalistas. No está acotado hasta dónde hay que llegar. Con buena voluntad la descentralización es razonable, pero no en manos de gente que estira la cuerda al máximo, porque la propia existencia de los nacionalistas depende de que el problema no se resuelva. El problema nacionalista son los propios nacionalistas, que desaparecerían si se resolviera el problema. No buscan la independencia sino la gestión indefinida del independentismo, que es lo rentable.

--¿Hay que volver atrás con una reforma constitucional que recentralice las competencias?

--No tanto volver atrás como precisar lo que se ha hecho. Cerrar el modelo autonómico, fijar qué es lo que lo compete al Estado y lo que no con unos límites inequívocos. Se debe replantear, por ejemplo, el tema de la educación.

--¿Cuál es su balance del polémico Manifiesto por la lengua común, que usted impulsó?

--Al saber que hay padres que en Cataluña no pueden escolarizar a sus alumnos en castellano, quisimos explicar por qué debe haber una lengua común, qué derechos asisten a quienes la hablan y que a veces estos no se respetan. Concitó una gran adhesión, mayor que cualquier otro manifiesto de la democracia, y unas reacciones sorprendentes, por lo exagerado. En todo caso, cumplió su función: el problema se puso encima de la mesa y los políticos ya no podrán ignorarlo.

--Leído su manifiesto, es inevitable hacerle algunos reproches. Por ejemplo: dice que todos deben poder ser educados en su propia lengua, pero luego niega ese derecho a los catalahablantes. ¿Catalán y castellano de deberían estar en pie de igualdad?

-- A mí me parece bien que alguien que quiera educar a su hijo en catalán pueda hacerlo; otra cosa es que todo el sistema educativo favorezca esa opción lingüística y aboque a quien opte por el castellano a acudir a un colegio privado. La lengua común, evidentemente, debe tener un privilegio respecto a las otras. En este tren hay muchos empresarios que viajan a Madrid para hacer negocios y usarán