Power Rangers no sabe qué película quiere ser, si rendir tributo a su modelo oficial o desentenderse de él. Aspira tanto a encarnar una versión sombría de la serie televisiva que la inspira para complacer a los fans originales que hoy ya son adultos como evocar la vocación casposa del producto original a base de trajes chillones, chistes marranos y un villano que come donuts. Como resultado, zigzaguea incesante y agresivamente entre tonos.

En todo caso, el principal motivo por el que acaba careciendo de personalidad es la rapidez con la que se apropia de convenciones propias del blockbuster como los montajes de adiestramiento, las lecciones sobre la importancia del trabajo en equipo y secuencias de acción que remiten a sagas como Transformers y Thor.

En su encarnación televisiva, los Power Rangers nunca tuvieron un contexto, pero la nueva versión intenta enriquecer a los personajes con antecedentes y personalidades. Pese a que en todo caso nunca trascienden el estereotipo, la solvencia de su reparto y la soltura con la que el director se pasea por el ambiente estudiantil hacen que la cinta funcione sorprendentemente bien cuando trata a los héroes como nada más que adolescentes.

Quizá por eso, los Power Rangers no llegan a comportarse como tales hasta pasada hora y media de película. Sus últimos 30 minutos son un catálogo típico de explosiones y aséptica destrucción masiva que deja en evidencia las carencias de Israelite como coreógrafo de acción, y que trata de disimular las limitaciones de presupuesto arrinconando a los robots prehistóricos en unos pocos planos y a menudo rodeándolos de cortinas de humo y fuego. En otras palabras, si la serie de televisión lucía orgullosa sus deficiencias, este reboot hace todo lo posible por esconderlas. En última instancia, no se toma en serio las expectativas de quienes irán al cine atraídos por la mitología asociada a su título, y que para el resto del público no ofrece nada realmente distintivo.

Estreno, 7 de abril

‘Power Rangers’

Dean Israelite