En ´Luna nueva´, Chris Weitz se esfuerza poco en presentar el castísimo romance entre Bella y el vampiro Edward a quienes no lo conocen. A cambio, se centra en superar en tamaño a su predecesora. Por un lado, convirtiendo el idilio en un triángulo; por otro, explorando nuevas áreas de mitología. Lástima que para lograr lo primero se hunda en el folletín y para intentar lo segundo abrace el kitsch: no hay palabras para explicar el retrato que hace de los Vulturi, realeza vampírica. Como el de ´Crepúsculo´ (2008), el mayor acierto de ´Luna nueva´ es la química que comparten Robert Pattinson y Kristen Stewart. La mala noticia es que esta vez apenas comparten escenas, por lo que ella se consuela junto a un licántropo cachas que se pasea semidesnudo y aun así posee el carisma de una tapia. Ello impone el tedio sobre el relato y explica por qué Bella no puede quitarse a Edward de la cabeza. A partir de esa obsesión, Weitz explora los límites del deseo juvenil en escenas que agitarán los estrógenos de las niñas y, como los diálogos, arrancarán las risas del resto del público. Porque, en última instancia, ´Luna nueva´ fracasa en lo que ´Crepúsculo´ se mostró experta: capturar la verdad del comportamiento adolescente y de las interacciones personales que le dan fuelle.