Subió al ring y perdió el combate de su vida frente al nazismo, que durante una década le tuvo contra las cuerdas por ser sinti, de origen gitano. Johann Trollmann (1907-1943), conocido como Rukeli, que en su pueblo significa «árbol», «alto y majestuoso», acabó doblegado, que no vencido, por la persecución racial de Hitler: siendo ya una rutilante y popular estrella del boxeo le vetaron para que representara a Alemania en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928, le arrebataron injustamente el título de campeón alemán de peso semipesado en 1933, le humillaron y arrinconaron prohibiéndole boxear, le abocaron a divorciarse para proteger a su mujer e hija, y le persiguieron encerrándole hasta morir en un campo de concentración. El premio Nobel italiano Dario Fo, fallecido el pasado mes de octubre, rescató la historia real de este joven que, a pesar de todo ello, nunca perdió la dignidad, en la que sería su última obra, El campeón prohibido, que llega ahora a España de la mano de Siruela.

Decía el carismático y siempre comprometido autor de Misterio bufo y Muerte accidental de un anarquista que escribía libros «para remover conciencias». Es el caso de esta narración novelada, nacida de la indagación periodística, histórica y biográfica, en la que Fo ejerce de espectador en primera fila de la cotidianidad de Rukeli y la nutre con ilustraciones sobre boxeo hechas por él mismo.

BAILE DE PIERNAS / Desde que a los nueve años puso los pies en un gimnasio y se enfundó unos guantes, el pequeño púgil Johann ya despuntó: con solo 19 días de entreno noqueó a un compañero con experiencia profesional. Tenía una técnica deslumbrante, un «baile de piernas» surgido de forma innata de las danzas sinti de su pueblo, que le ayudaba a esquivar los golpes del rival.

Para el escritor y dramaturgo, la amueblada cabeza del joven aunaba talento e inteligencia. Tumbaba «el tópico de que el boxeo es un deporte de gente primitiva, zafia y violenta». Y ya con 14 años, con retratos de la revolucionaria Rosa Luxemburgo y de Espartaco sobre su cama (que le remitía al movimiento espartaquista alemán), su físico -«piel ambarina y cuerpo de elegancia escultural»- generó un fenómeno fan de chicas que veían en él «un dios griego» reencarnado, y le seguían a cada combate, y la atención de periodistas y de corredores de apuestas.

Merecía ser seleccionado para los JJOO de 1928, pero su elección podría haber hecho pensar que «el Gran Reich debía recurrir a gitanos porque no tenía campeones para representarlo». La llegada de Hitler al poder, en 1933, fue la puntilla que acabó con una deslumbrante carrera. En el combate en Berlín por el título de peso semipesado frente a Adolf Witt, la nacionalsocialista Federación alemana de boxeo, con su presidente Georg Radamm al frente, manipuló el resultado, rotundamente favorable para el boxeador gitano, y ordenó a los jueces declararlo nulo porque no podían aceptar que un ser, según ellos inferior, fuera campeón alemán. El escándalo fue tal que las protestas del público obligaron a darle la victoria a Rukeli. Una semana después recibía la noticia de que le quitaban el título.

El acoso no se terminó ahí. Si no quería perder la licencia, le instaron a pelear con el robusto Gustav Eder, con la condición de no usar su baile de piernas porque eso «no era el estilo alemán». Y, aun sabiendo que perdería, Rukeli aceptó el reto y, en un abierto desafío a los nazis, subió al ring teñido de rubio y con el cuerpo blanqueado con talco, burlándose así del prototipo físico de ario ideal.

Incluso a riesgo de perder la licencia se vio obligado a pelear en ferias para alimentar a su familia y sobrevivir. Cuando le descubrieron, efectivamente, se la retiraron, en 1935. En julio de 1936, a un mes de los JJOO de Berlín, en los que el gran triunfador sería el atleta negro Jesse Owens, los gitanos fueron recluidos en campos de las afueras de la ciudad. Tres años después, 30.000 gitanos, entre ellos Rukeli, eran llamados a filas para defender a Alemania, hasta que en 1942 los nazis los devolvieron a casa «para no ensuciar más el Ejército».

A la vuelta les esperaba la esterilización y la persecución. Rukeli se escondió, pero acabó arrestado y enviado al campo de Neuengamme. Tras el trabajo forzado le obligaron a pelear a diario con los SS. Un día no pudo reprimirse y humilló en combate a un kapo. Ese fue su final.

Más de medio millón de gitanos fueron exterminados por los nazis. En el 2003, la Federación Alemana de Boxeo devolvió a Rukeli el título de campeón de peso semipesado.